Eutanasia vs cuidados paliativos
Una vez que hemos nacido, estamos seguros de que algún día moriremos. Lo que no sabemos es ni dónde, ni cuándo, ni cómo. Sobre el “dónde” no tenemos mucho control ni, en realidad, nos importa tanto. Sobre el “cuándo” sí estamos más pendientes y por ello buscamos ayuda médica para retrasar lo más posible el inevitable fin. El “cómo” de nuestra muerte también nos preocupa cada vez más, pues es usual que por el avance de la ciencia, muramos a edades más longevas, y no infrecuentemente, en situación de dolor, sufrimiento, incapacidad o bajo el control de otras personas y de extraños aparatos como respiradores, desfibriladores, sistemas dializadores, infusores de alimentación parenteral y un sin fin de otros artilugios que fueron creados con la sana intención de conservar las funciones vitales.
José Luis Pérez Requejo.
Miembro del Observatorio de Bioética,
Universidad Católica de Valencia.
Morfina Roja
Cristina Losada

 

 

 

 

 

 

sobre la macha: confesiones de un tetrapléjico que ama apasionadamente la vida
Luis de Moya

 

 

 

 

 

 

 

Arquitectos de la cultura de la muerte
Donald De Marco, Benjamin D. Wike

        En los años 70, y con la excusa de querer evitar sufrimientos inútiles a los pacientes graves o en estado terminal, apareció, sobre todo en los países más desarrollados, una campaña para la legalización de la posibilidad de interrumpir la vida de los enfermos graves o de los recién nacidos malformados, sea por una intervención activa o por dejación pasiva de atención médica, es decir procurar que sea legal la práctica de una eutanasia activa o pasiva.

        Etimológicamente, la palabra “Eutanasia”, se deriva del griego eu, que significa “bien” y thanatos, que significa “muerte”. Un término parecido pero que ha tenido poca divulgación es el de “Ortotanasia” (del griego orthos, “recto” y thanatos, “muerte”), designa las acciones correctas ante la muerte en un paciente con enfermedad incurable y en fase terminal. Este término sí designaría más precisamente, la “buena muerte”. Lo que se podría entender realmente por “buena muerte” sería que, después de una larga y fructífera vida, y con un estado físico aceptable y en buenas condiciones mentales, muriéramos, después de una corta enfermedad, en nuestra cama, en nuestra casa, rodeados del amor, consuelo, cuidados y atenciones necesarias de nuestra familia y de nuestros médicos, sin sufrimiento, y con una clara y serena aceptación de nuestro inevitable fin. Esa muerte “buena” y “digna”, permitirá al enfermo terminal resolver sus asuntos pendientes (físicos o espirituales), tomar sus disposiciones, cumplir promesas, o, simplemente, despedirse.

        Sin embargo, como señala Gonzalo Herranz, y "para evitar confusiones semánticas, nos deberíamos olvidar de la noble ascendencia etimológica de la palabra y entender ahora por eutanasia, lisa y llanamente, el matar sin dolor y deliberadamente, de ordinario mediante procedimientos de apariencia médica, a personas que se tienen como destinadas a una vida atormentada por el dolor o limitada por la incapacidad, con el propósito de ahorrarles sufrimientos o de librar a la sociedad de una carga inútil”. Es importante situar el término eutanasia, en el ámbito de las intenciones. De ahí que Pardo Sáez,[1] señale:

        - Se incurre en eutanasia cuando se tiene la intención (el yo quiero) de poner punto final a la vida o de acelerar la muerte de una persona.

        - No hay eutanasia cuando se tiene la intención de aliviar los sufrimientos del enfermo terminal, aunque el suministro de fármacos pueda acelerar la muerte de esa persona. Incluso cuando a falta de otros medios, con el consentimiento del paciente, se recurra a alternativas terapéuticas de que dispone la medicina más avanzada, aún en fase experimental y no libres de todo riesgo.

        - No hay eutanasia cuando (garantizando siempre los cuidados médicos básicos e indispensables al paciente), se omiten, no se inician o se interrumpen procedimientos desproporcionados o inútiles para el enfermo. En la práctica, eutanasia es facilitar o provocar intencionalmente la muerte de otra persona, mediante un acto médico activo (inyectando algún fármaco letal), o pasivo (dejación de ayuda o cuidados médicos adecuados). En Holanda se define la eutanasia como: la terminación activa de la vida de un paciente a su petición, por un médico. Esta definición correspondería a la eutanasia voluntaria (suicidio asistido), ya que la eutanasia no-voluntaria, es la terminación de la vida de un paciente, sin su petición explícita y eutanasia involuntaria, cuando se termina con la vida de un paciente, aún en contra de su voluntad. Aunque toda eutanasia es éticamente un homicidio, estas dos últimas formas de eutanasia, tienen consideración legal y jurídica de homicidio.

        En Holanda, como en todas partes, no se considera eutanasia, ya que no lo es:

        a.- Suspender o no iniciar un tratamiento a demanda del paciente.

        b.- No dar un tratamiento que es médicamente inútil, o inaprovechable (Encarnizamiento u obstinación terapéutica).

        c.- Tratamiento del dolor o de los síntomas de la enfermedad, que tuviera como posible efecto secundario el acortamiento de la vida o la aceleración de la muerte del paciente (Cuidados paliativos).

        Aunque cuando hablamos de eutanasia casi siempre lo asociamos a problemas éticos al final de la vida, no debemos olvidar que también puede darse la eutanasia al inicio de la vida, la eutanasia neonatal o perinatal. En este caso la situación puede ser más compleja pues el paciente no puede tomar por sí mismo decisiones que afectan a su salud o a su vida, y por lo tanto está en manos de lo que decidan sus padres, sus médicos y el Estado que debe proteger sus intereses.

        No es el propósito de este resumen tratar en detalle esta faceta de la eutanasia, pero todos los principios éticos que rigen para los ancianos y moribundos, y todo lo que se asocia a la ética de la intencionalidad del acto, que luego trataremos, se aplican igualmente a estas situaciones.

Argumentos a favor de la Eutanasia:

        1º: Mantener el principio de “autonomía” o autodeterminación humana. Mantener el derecho a una “muerte digna”.

        2º: Cuando una situación de enfermedad, sufrimiento o dependencia, resulta inevitable y las molestias de una supervivencia prolongada pesan más que sus beneficios, por lo que la muerte de esa persona parece una ventaja para todos.

        3º: Evitar en lo posible, sufrimiento o agonía prolongada que se vería como deshumanizada, siendo entonces un acto de misericordia provocar la muerte.

Argumentos contra la Eutanasia:

        1º: Concepto inadecuado de la “Autonomía” al exaltar sin límites el principio bioético de la autonomía del paciente. Nuestra libertad individual nos permite conducir y diseñar nuestro proyecto vital, pero no decidir cuando termina. La muerte de un ser humano afecta física y psíquicamente la de muchos otros y no solo a sus familiares más cercanos. La misma sociedad debería preguntarse qué no se ha hecho bien para que el paciente no quiera seguir viviendo.

        Los principios básicos en toda intervención médica, son primero los de nomaleficencia y de justicia, y en segundo término, los de beneficencia y de autonomía. Con la eutanasia se pretendería aplicar el principio ético de beneficencia y se malinterpreta el principio de autonomía.

        No existe un “derecho a la propia muerte”, que supone considerar la vida como un bien patrimonial más, negando la dignidad por sí misma y no por relación a su poseedor, que no propietario[2]. Por otra parte el “derecho a morir dignamente” desarrollaría automáticamente “el deber de matar dignamente”, término que pocos médicos admitirían conscientemente.

        Aunque la autonomía es un elemento importante en la dignidad de una persona, la falta de una plena autonomía no resta dignidad a la persona, pues estaríamos cuestionando la dignidad de personas discapacitadas, o dependientes de otros, que no disfrutan de autonomía plena.

        Pero, qué pasaría si este problema de la autonomía plena lo trasladamos, no tanto sobre el sujeto que decide y del ejercicio de su libertad, sino al objeto sobre lo que se quiere decidir?

        Si la vida la contemplamos como un valor absolutamente subjetivo, es un bien disponible, y por lo tanto, como todo bien disponible o sobre el que pueda opinarse, pudiera pasar a ser disponible también como valor prescindible por otros. Si, por el contrario, consideramos a la vida humana como algo intransable, no sería un bien disponible ni por quien se cree su dueño absoluto ni por nadie. Es decir, que si lo que manda es el objeto (la realidad en sí), en este caso la propia vida, es imposible que exista como materia opinable y disponible a su arbitrio sin que sea a su vez opinable y disponible para los demás.

        Por tanto, si consideramos la vida, como es en realidad, algo absoluto e indisponible en sí mismo, queda fuera del arbitrio, incluso para su sujeto titular. O sea que la clave no está tanto en el dominio o potestad del individuo, sino en la naturaleza de las cosas que son objeto de su opinión o disposición.

        “En consecuencia, o la vida es un valor absoluto, sagrado, siendo valiosa en sí misma, independientemente de los intereses de cualquiera, incluido su propio titular o, por el contrario, y de manera inevitable de acuerdo a la más estricta lógica, se transforma en una cosa disponible u opinable para cualquiera, lo cual la hace depender de la voluntad de algunos que incluso podría contraponerse a la del mismo afectado, llegando así a la eutanasia forzada e impuesta por el Estado, como ya está ocurriendo en algunos países”(Max Silva Abbott[3]. Moralmente, tampoco se es dueño absoluto de la propia vida. Lo menciona Juan Pablo II en su encíclica Evagelium Vitae, cuando cita a San Agustín que dijo “No es lícito matar a otro, aunque éste lo pida y lo quiera y no pueda ya vivir….para librar, con un golpe, el alma de aquellos dolores, que luchaba con las ligaduras del cuerpo y quería desasirse”. Desde el punto de vista moral, ningún hombre puede decidir arbitrariamente entre vivir o morir. Solo el Creador es dueño absoluto de esta decisión[4].

        2º: Cuando se administran los cuidados necesarios y adecuados al paciente, rara vez se solicita la eutanasia. Muchos pacientes que piden que se les acelere o provoque la muerte, lo que están pidiendo realmente, es que no quieren seguir viviendo de esa manera y en esas condiciones.

        Como ha dicho el Dr. Willke, presidente del Comité Nacional para el Derecho a la Vida en USA; “si su médico no puede aliviar su dolor, no pida la eutanasia: cambie de médico porque el suyo es un incompetente”.

        Surge, además, otra pregunta; ¿Es la eutanasia una decisión libre? ¿Tiene realmente un enfermo grave, que padece con frecuencia depresión o disminución de su capacidad mental, la plena lucidez para solicitar libre y responsablemente, su propia muerte? ¿Puede en estas situaciones que nublan el juicio o debilitan las resoluciones personales, medir imparcialmente el alcance de sus decisiones?

        Cambiando la actitud ante el enfermo, aliviando, consolando y comprendiéndole en esos momentos, la actitud el paciente ante su momento vital, puede variar radicalmente. Aquí valdría citar que no hay “muerte digna”, sino “formas dignas de enfrentar la muerte”.

        3º: Cuando se autorice la eutanasia voluntaria, por el principio del “plano inclinado”, pronto se autorizará la eutanasia no voluntaria. En 1949, durante el proceso contra los médicos nazis que practicaron la eutanasia, decía el médico norteamericano Leo Alexander: “Comenzaron con la idea, que es fundamental en el movimiento a favor de la eutanasia, de que existen estados que hay que considerar como ya no dignos de ser vividos. En su primera fase esta actitud se refería sólo a los enfermos graves y crónicos. Paulatinamente se fue ampliando el campo de quienes entraban dentro de esta categoría, y se fueron añadiendo también a los socialmente improductivos y a las ideologías y razas no deseadas. Sin embargo, es decisivo advertir que la actitud hacia los enfermos incurables fue el diminuto desencadenante que tuvo como consecuencia ese cambio total de actitud”[5].

        La eutanasia, por sufrimientos físicos insoportables, pronto se extendería por lógica implícita, a los enfermos con trastornos mentales. Sería lícito, por tanto, terminar con la vida de los pacientes depresivos, cuando en una de sus crisis, solicitaran la muerte o la asistencia al suicidio.

        Si se llegara a autorizar legalmente cualquier forma de eutanasia, aún la más restrictiva, su práctica desarrolla una dinámica propia, que pronto se extenderá a condiciones cada vez más amplias y ambiguas si los médicos saben y sienten que cuentan con impunidad legal. La tolerancia de la eutanasia no ayuda ni cambia la medicina, sino que sustituye a la medicina y es, en el fondo, una manifestación más de esa aceptación de la violencia en la sociedad de nuestro tiempo[6].

        Por este principio de plano inclinado cada vez se conocen más casos de eutanasia. Cuando en Francia todavía coleaban los casos del joven tetrapléjico Vincent Humbert a cuya vida pusieron fin su madre y el médico de familia, y el de la enfermera Christine Malèvre condenada por ayudar a morir a numerosos de sus pacientes terminales, a principios de la década del 2000, nuevamente estalló otro escándalo, esta vez en el Hospital Universitario de Besançon por haber practicado en menos de dos años, la eutanasia en, al menos, catorce pacientes en forma activa (inyección de potasio) o pasiva, negándole a ancianos los cuidados debidos.

        Otro ejemplo, aunque hay muchos, de este principio del plano inclinado es el caso de una enfermera de 47 años en Gales, Gran Bretaña, quien administrando dosis inapropiadas de diamorfina, practicó la eutanasia a cuatro pacientes geriátricos, con el fin de liberar camas de su hospital (Leighton Hospital)[7].

        Este “plano inclinado” de la eutanasia, puede llevar a situaciones dantescas. Un reporte de Bioedge del 30 de Julio del 2008, describe como en el estado americano de Oregon, la aseguradora estatal niega la quimioterapia a pacientes con cáncer cuya sobrevida a los 5 años sea menor al 5%, pero mantiene la ayuda económica para el suicidio asistido por médicos. Que tal ? Te pagan y te auxilian si te suicidas pero no si quieres tratarte el cáncer. De locos.

        4º: La autorización de la eutanasia, empeoraría irremediablemente la relación médico-paciente, y minaría la confianza de los pacientes y del público en general sobre la práctica de la medicina, en la que un concepto esencial es el convencimiento del paciente de que su médico no abandonará nunca a su enfermo ni nunca le inflingirá un daño deliberado.

        El Juramento Hipocrático del siglo IV antes de Cristo, expone claramente la posición del médico ante el paciente: “No daré a nadie que lo pida un remedio mortal o un consejo que lo induzca a tal fin”. Este juramento fue enunciado en la Grecia antigua y sin motivaciones religiosas ni de doctrinas judeocristianas, o sea que es fundamentalmente médico y pagano y fue ampliamente aceptado por nuestra cultura como un documento válido para todos los tiempos y lugares (2) (Kass LR, Lund N. La muerte ante los jueces: La ayuda al suicidio, los médicos y la ley. Centro de Documentación Bioética. Universidad de Navarra).

        5º: La eutanasia no voluntaria, implica automáticamente, que unas personas pueden decidir la duración de la vida de otras, y este concepto es inaceptable (Suicidio cultural).

        En 1995 murieron en Holanda 19.600 personas de muerte causada ("sanitariamente") por acción u omisión. De estas personas sólo 5.700 sabían lo que estaba sucediendo. En el resto de los casos (más del 75%), los interesados no sabían que otros tomaban por ellos la decisión de que ya no tenían que seguir viviendo[8].

        El concepto “utilitarista” de que con la eutanasia, quedarían más recursos sanitarios disponibles para salvar un mayor número de personas, encubre una mentalidad eugenésica, y considera a la medicina como un recurso económico más al servicio de una sociedad sin enfermos graves, incurables, dependientes, discapacitados, es decir una “sociedad perfecta”.

        Esta es la concepción “utilitarista”, amoral, de la vida, según la cual no hay acciones intrínsecamente buenas o malas sino acciones útiles o inútiles. Todo lo útil sería bueno y todo lo inútil sería malo. El fin, justificaría los medios.

        Fue el caso de Terri Schiavo en USA en 2005 cuando sus padres autorizaron retirar la alimentación e hidratación parenteral, permitiendo su muerte, lo que también se plantea de nuevo con el caso de Janet Rivera en California y el de Eluana Englaro, recientemente en Italia. Pueden considerarse la alimentación y la hidratación como medios extraordinarios para mantener la vida ? Obviamente no, pero esa es la consideración para condenar a muerte mediante la eutanasia a estas pacientes.

        6º.- La autorización de la eutanasia, pondría sobre los hombros de los enfermos incurables, de los discapacitados, de aquellos con enfermedades degenerativas o, simplemente, sobre los ancianos, un equívoco sentimiento de “culpa”, ya que si otros, en situaciones similares, solicitaron la eutanasia, se preguntarían porqué ellos no habrían de imitarlos para aliviar de cargas sociales y económicas a sus familiares. Esto introduciría en las relaciones humanas y familiares un factor desestabilizador grave en perjuicio de los más débiles, de los más vulnerables, y de los más necesitados de atención por los sanos y más fuertes.

        No pensemos que esto, para algunas personas, es algo descabellado. Un informe reciente (BioEdge, Sept-24, 2008), cita la opinión de una de las principales líderes morales de Gran Bretaña, la baronesa Mary Warnock, sobre los pacientes con enfermedades mentales. Según ella, estos enfermos están estropeando la vida de sus familiares y malgastando los recursos de los sistemas de salud, y por lo tanto y por el bienestar de los demás, se les debía ayudar a morir lo antes posible, permitiendo legalmente a los médicos matar a las personas que desean o deberían desear morir. Algo así como la “Licencia para matar” del célebre agente 007.

        Afortunadamente no todos en Gran Bretaña piensan así y, como ejemplo, un miembro del parlamento, Nadine Dorries, señaló que las palabras de la baronesa Warnock pretenden dar autoridad moral a lo que es absolutamente inmoral (Daily Telegraph, Sept 19).

        Una de las razones a veces esgrimidas por los defensores de la eutanasia, es ver como en algunos casos, y por distintas razones, no siempre éticas ni médicas, se prolonga inútilmente la vida de algunos enfermos terminales. Esto se conoce como Encarnizamiento u Obstinación terapéutica, (todo tratamiento extraordinario del que nadie puede esperar ningún tipo de beneficio para el paciente) o, como lo define la Evangelium vitae (65b), “Ensañamiento terapéutico” (Ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar, o bien, por ser demasiado gravosas para el enfermo o su familia).

        Ante la inminencia de la muerte, todo ser humano tiene el derecho de morir en paz. Ante situaciones en las que la muerte parece inminente e inevitable, la obstinación de los médicos en proporcionar tratamientos o intervenciones claramente desproporcionados a las condiciones clínicas y que lo que harían solamente es prolongar de forma precaria y penosa la vida del enfermo, no es lícita, moral ni éticamente aceptable, y supone una conducta médica reprochable e inapropiada.

        Cuando el paciente o sus familiares solicitan la eutanasia, por la repugnancia natural a verse implicados directamente en la muerte del paciente y por la aversión natural a emplear venenos disponibles al público en general, lo hacen usualmente a través del médico. No le pedirán habitualmente que el médico mate al paciente ahogándolo con una almohada o pegándole un tiro, sino que, ya que los médicos (y los profesionales de la salud afines), detentan el monopolio legal sobre los medicamentos mortales, los usen para que haya las mínimas complicaciones legales para todos los implicados, y hagan la eutanasia más “higiénica” o incluso más aceptable.

         “La negativa de los médicos hipocráticos antiguos a ayudar al suicidio no formaba parte de un enfoque agresivo, que podríamos llamar "vitalista", con respecto a la muerte de sus pacientes o de una negativa a aceptar la mortalidad. Por el contrario, comprendiendo bien los límites del arte médico, se negaron a intervenir agresivamente cuando juzgaban que el paciente era incurable, y consideraron impropio prolongar el proceso natural de morir cuando la muerte era inevitable. Al insistir en la importancia moral de distinguir entre dejar morir (a menudo no sólo permisible sino laudable) y causar activamente la muerte (no permisible), se protegían a sí mismos y a sus pacientes de sus posibles debilidades y errores, preservando así la integridad moral ("la pureza y santidad") de su arte y profesión”[9].

        El artículo 28-2 del Código Deontológico de los Colegios Médicos en España, expresa: “En el caso de enfermedad incurable y terminal, el médico debe limitarse a aliviar los dolores físicos y morales del paciente, manteniendo en todo lo posible la calidad de una vida que se agota, evitando emprender o continuar acciones terapéuticas sin esperanza, inútiles y obstinadas, y asistirá al enfermo hasta el final con el respeto que merece la dignidad del hombre”.

        El asunto de la despenalización de la eutanasia, vuelve de vez en cuando a ser contemplado en la vida política española. La última vez, en el 2004, la petición en ese sentido propiciada por Ezquerra Republicana, fue rechazada por amplia mayoría aunque no siempre por los mismos motivos (mientras el Partido Socialista argumentó para su rechazo que la propuesta era prematura y podría incluirse en una reforma futura del Código Penal, el Partido Popular, se mostró directamente en contra de esa despenalización y potenciar en cambio los cuidados paliativos).

         “La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte” (Evangelium vitae 65b). En buena lógica, sin embargo, el derecho legítimo a decidir sobre su propio tratamiento, no implica el derecho a cometer suicidio.

        Mientras el ensañamiento terapéutico es una acción deontológicamente contraria al espíritu de la medicina de tratar siempre de curar o al menos paliar el sufrimiento del paciente, la renuncia a medios extraordinarios, supone solamente la omisión de un acto médico no exigible en esas circunstancias. Existe una gran diferencia ética entre “provocar la muerte” y “permitir la muerte”: la primera actitud rechaza y niega la vida, la segunda, en cambio, acepta con dignidad su fin natural.

        Esta práctica es conocida como el “principio ético del doble efecto” por el que es lícito iniciar una acción que pretende una meta digna (como sería aliviar el sufrimiento) usando instrumentos o medios (como medicamentos analgésicos o sedantes) que pudieran tener, como efecto secundario no intencional ni deseado, algún daño o mal para el paciente. Cosa muy distinta a lo que hacía el Dr. Jack Kevorkian, que administraba deliberadamente dosis letales de medicamentos, para eliminar el sufrimiento eliminando al que lo sufre.

        Este principio de doble efecto también hay que tenerlo presente en algunos casos de abortos terapéuticos.

        Las condiciones que debe cumplir el “principio ético de doble efecto” deben ser que además de que la acción deseada debe ser buena o neutra, que la intención del actor sea la correcta es decir buscar un efecto bueno, que exista un equilibrio proporcional entre los efectos bueno y malo y que el buen efecto deseado no sea causado por un efecto indeseado o negativo.

        Como alternativa válida y ética, se está imponiendo y desarrollando cada vez más, una nueva especialidad médica y sanitaria, los llamados “Cuidados Paliativos”.

        La Medicina Paliativa, no busca prolongar obstinadamente la vida del enfermo ni acortarla indebidamente con una práctica eutanásica, sino que busca cuidar con dignidad el período terminal de la vida del enfermo y se convierte así en una alternativa válida, ética e irreprochable a la eutanasia y al encarnizamiento terapéutico.

        Desde el punto de vista ético y terapéutico, la sedación paliativa o terminal es una maniobra terapéutica dirigida a aliviar el sufrimiento del paciente y no el dolor, pena o aflicción de la familia o del equipo sanitario. La presencia de un intenso sufrimiento en la familia pudiera considerarse, en casos seleccionados, como una indicación de ingreso del paciente en una unidad específica de Cuidados Paliativos.

        Siempre debe obtenerse el consentimiento explícito para proceder a una sedación. En cualquier caso, la realidad clínica se impone ya que nos hallamos ante personas emocional y físicamente muy frágiles y en muchos casos con capacidad disminuida de decisión. En estos casos, este consentimiento puede obtenerse de forma delegada o pudiera estar implícita en los valores y deseos que habitualmente ha manifestado el paciente a la familia o al equipo. Lo más importante, desde el punto de vista de las garantías éticas, es que el equipo haya explorado estos valores y deseos (primero con el paciente y/o con la familia) y que en la historia clínica, se refleje tanto el consentimiento como los procedimientos diagnósticos o terapéuticos utilizados que justifiquen la refractoriedad del síntoma, o la razón para no utilizarlos, así como el proceso clínico de la sedación con valoración de los criterios de respuesta (como p.ej., el nivel de conciencia o ansiedad, escala de Ramsay u otras).

        La sedación es una cosa muy distinta de la eutanasia. En primer lugar y sobre todo, se diferencian en la intencionalidad, ya que lo que se busca con la sedación es el alivio del síntoma que incluso pudiera llegar a la pérdida de la vida consciente, pero no busca la eliminación de la vida física que es la intención y finalidad de la eutanasia. Incluso la pérdida provocada de la conciencia, debe ser controlada por el médico de forma que se alterne y permita períodos conscientes, para que el paciente pueda disponer sus últimas voluntades o despedirse de sus familiares.

        Ya que los fármacos utilizados tanto para la sedación como para la eutanasia pudieran ser o son de hecho iguales o similares, debe existir en la historia clínica una indicación clara de los fármacos y las dosis utilizadas en el proceso de sedación, ajustadas a su finalidad de controlar los síntomas del paciente, para distinguirlas claramente de las dosis o combinaciones de fármacos a dosis letales que se usan en la eutanasia. El parámetro de respuesta en la sedación, es el alivio del sufrimiento del paciente, mientras que el éxito de la eutanasia (parámetro de respuesta), es la muerte del paciente.

        La concepción hipocrática es la que guía los objetivos de la Medicina Paliativa: reafirmar la importancia de la vida considerando a la muerte como un proceso normal, establecer un proceso que no acelere la llegada de la muerte ni tampoco la posponga, proporcionar alivio del dolor y de otros síntomas angustiosos, integrar los aspectos psicológicos y espirituales del tratamiento del paciente, ofrecer un sistema de apoyo para ayudar a los pacientes a llevar una vida lo más activa posible hasta que sobrevenga la muerte y ofrecer un sistema de apoyo a la familia para que pueda afrontar la enfermedad del paciente y sobrellevar el período de duelo[10].

        En tal sentido la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, aprobó en 1999, recomendaciones que resumiendo, garantizarían a las personas moribundas o en fase terminal, su derecho legal a cuidados paliativos y tratamiento del dolor adecuados, ambulatorios si fuera preciso, proporcionados en instituciones y por profesionales capacitados ad hoc, así como su derecho a una información veraz si la deseara, a decidir a no recibir tratamientos desproporcionados contra su voluntad o bajo la presión de terceros, o por motivación económica. Ante cualquier duda, las decisiones médicas se inclinarán siempre por la vida y su cuidado y prolongación. Por otro lado, estas recomendaciones garantizan que nadie será privado de su vida intencionadamente y reconocen que el deseo de morir no genera el derecho a morir a manos de un tercero, y que este deseo de morir, comprensible en algunos casos, no puede por sí mismo constituir una justificación legal para emprender acciones dirigidas a poner fin a su vida.

        El verdadero objetivo de la Medicina Paliativa es mejorar, en un momento crucial de su andadura vital, la calidad de vida del hombre integral que como dijo Miguel de Unamuno es: “El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano”.

Conclusiones:

        La práctica de la eutanasia en cualquiera de sus formas, es inaceptable desde el punto de vista ético, médico o moral.

        Enfrentar los últimos momentos de la vida de los enfermos con amor, comprensión, respeto y consideración a su propia dignidad en cuanto persona humana, y utilizando los cuidados paliativos adecuados de que disponemos, será la forma más “digna” de atender a un paciente incurable o terminal.

        Frente al concepto del “imperativo tecnológico” que busca justificar ante el enfermo terminal cualquier acción técnicamente posible, la medicina paliativa ofrece una visión personalista, de profundo respeto por la dignidad que la vida y la persona humana se merecen y acepta que la vida es finita y que hay formas dignas de enfrentar la muerte.

        El progreso de la medicina moderna permite hoy que alcancemos edades avanzadas y casi todas las familias tendrán en un momento u otro, que afrontar la necesidad de atender con dignidad y cariño a las personas mayores de su entorno familiar. No es una tarea fácil, por lo que promover movimientos y asociaciones religiosas y sociales que ayuden a cuidarlas, es labor imperativa de una sociedad que respete el derecho inalienable a una vida digna y a una muerte natural acorde con la inmensa dignidad de la persona humana.

        Termino con unas palabras de Cicely Saunders, fundadora del movimiento “hospice” y que cita la Dra. Paulina Taboada[11]:

        “Tú me importas por ser tú, importas hasta el último momento de tu vida y haremos lo que esté a nuestro alcance, no solo para ayudarte a morir en paz, sino también a vivir hasta el día en que mueras”.


[1] Pardo Sáez JM, Bioética Práctica, Edit. RIALP, Madrid, 2004, pp 141.

[2] Kass LR, Lund N. La muerte ante los jueces: La ayuda al suicidio, los médicos y la ley. Centro de Documentación Bioética. Universidad de Navarra.

[3] Max Silva Abbot . Abril 110. Febrero 2007. Boletín Próvida 251.

[4] Evangelium vitae, n.47.

[5] Pardo Sáez JM, Bioética Práctica, Edit. RIALP, Madrid, 2004, pp 135.

[6] León Correa FJ, F-DBIO-FL3.

[7] Daily Telegraph, Londres, 30-04-2004.

[8] Datos de la Conferencia Episcopal Española, 1998.

[9] Kass LR, Lund, N. La muerte ante los jueces: la ayuda al suicidio, los médicos y la ley. Centro de Documentación Bioética. Universidad de Navarra

[10] Comité de expertos de la OMS. Informe Técnico 804. Ginebra 1990, pp. 11-12.

[11] Taboada, P. Principios éticos relevantes en medicina paliativa; C-DBIO-PT.

 

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