Somos irrepetibles, incomunicables, libres, con intimidad
y capacidad de amar
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La dignidad de la persona
Ricardo Yepes
1. Concepto de dignidad humana
La preocupación por la dignidad de la persona humana
es hoy universal: las declaraciones de los Derechos Humanos la reconocen,
y tratan de protegerla e implantar el respeto que merece a lo largo
y ancho del mundo. Los errores que pueda haber en la formulación
de esos derechos no invalidan la aspiración fundamental que contienen:
el reconocimiento de una verdad palmaria, la de que todo ser humano
es digno por sí mismo, y debe ser reconocido como tal. El ordenamiento
jurídico y la organización económica, política
y social deben garantizar ese reconocimiento.
Cuanto más fijamos la mirada en la singular
dignidad de la persona, más descubrimos el carácter irrepetible,
incomunicable y subsistente de ese ser personal, un ser con nombre propio,
dueño de una intimidad que sólo él conoce, capaz
de crear, soñar y vivir una vida propia, un ser dotado del bien
precioso de la libertad, de inteligencia, de capacidad de amar, de reír,
de perdonar, de soñar y de crear una infinidad sorprendente de
ciencias, artes, técnicas, símbolos y narraciones.
Por eso, dignidad, en general y en el caso del
hombre, es una palabra que significa valor intrínseco, no dependiente
de factores externos. Algo es digno cuando es valioso de por sí,
y no sólo ni principalmente por su utilidad para esto o para
lo otro. Esa utilidad es algo que se le añade a lo que ya es.
Lo digno, porque tiene valor, debe ser siempre respetado y bien tratado.
En el caso del hombre su dignidad reside en el hecho de que es, no un
qué, sino un quién, un ser único, insustituible,
dotado de intimidad, de inteligencia, voluntad, libertad, capacidad
de amar y de abrirse a los demás.
La persona es un absoluto, en el sentido de algo
único, irreductible a cualquier otra cosa. Mi yo no es intercambiable
con nadie. Este carácter único de cada persona alude a
esa profundidad creadora que es el núcleo de cada intimidad:
es un "pequeño" absoluto. La palabra yo apunta a ese núcleo
de carácter irrepetible: yo soy yo, y nadie más es la
persona que yo soy. Nadie puede usurpar mi personalidad.
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Sólo el Creador puede ser fundamento de la dignidad
humana
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2. El fundamento úlimo de la dignidad
humnna
La persona tiene un cierto carácter absoluto
respecto de sus iguales e inferiores. Pues bien, para que este carácter
absoluto no se convierta en una mera opinión subjetiva, es preciso
afirmar que el hecho de que dos personas se reconozcan mutuamente como
absolutas y respetables en sí mismas sólo puede suceder
si hay una instancia superior que las reconozca a ambas como tales:
un Absoluto del cual dependemos ambos de algún modo.
No hay ningún motivo suficientemente serio
para respetar a los demás si no se reconoce que, respetando a
los demás, respeto a Aquel que me hace a mí respetable
frente a ellos. Si sólo estamos dos iguales, frente a frente,
y nada más, quizá puedo decidir no respetar al otro, si
me siento más fuerte que él. Es ésta una tentación
demasiado frecuente para el hombre como para no tenerla en cuenta. Si,
en cambio, reconozco en el otro la obra de Aquel que me hace a mí
respetable, entonces ya no tengo derecho a maltratarle y a negarle mi
reconocimiento, porque maltrataría al que me ha hecho también
a mí: me estaría portando injustamente con alguien con
quien estoy en profunda deuda. En resumen: la persona es un absoluto
relativo, pero el absoluto relativo sólo lo es en tanto depende
de un Absoluto radical, que está por encima y respecto del cual
todos dependemos. Por aquí podemos plantear una justificación
ética y antropológica de una de las tendencias humanas
más importantes: el reconocimiento de Dios, la religión.
Si la dignidad de cada ser humano nace del ser
peculiarísimo e irrepetible que somos cada uno, el fundamento
de la dignidad de la persona está dentro de ella misma, y no
fuera. Por eso tiene valor intrínseco. Esto nos plantea una pregunta
inquietante: ¿cuál es el origen de la persona? ¿de
dónde "sale"? Lo más evidente es esto: toda persona humana
es hija de otra. Ser hijo no es un accidente, sino algo que pertenece
a la condición misma del ser personal. Ser hijo significa ser
engendrado, proceder de otro ser personal. Y todo ser humano es hijo
de otro. Pero si nos remontamos hacia arriba en la cadena de las generaciones,
surge la pregunta por el origen, no sólo de cada ser personal
en particular, sino de todos en general.
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La persona como tal, en primera instancia es fruto de
una elección trascendente
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La única explicación satisfactoria de verdad a la pregunta
por el origen de la persona es decir que es fruto de una elección
deliberada: aquella según la cual el Absoluto decide que existan
los seres humanos.
Cada persona humana no puede ser un accidente,
surgido al azar: el amor de una madre por su hijo es una semejanza del
amor con el cual el Creador ha creado a cada persona. En ambos casos
se trata de un amor que quiere a esa persona, y no a otra. Ser hijo
significa precisamente eso: ser querido por ser uno la persona que es,
independientemente de si es guapo o feo, listo o torpe, alto o bajo.
Un hijo es querido, no porque traiga al hogar una cuenta corriente,
o un abrigo de pieles: es querido por ser él, y porque es precisamente
él. El hogar es el primer lugar, y a veces el único, donde
el ser humano es querido por sí mismo, independientemente de
los defectos y limitaciones que pueda tener su cuerpo, su inteligencia
o su carácter. Por eso, ese amor por la persona concreta del
hijo que se da en el hogar es una cierta imagen del amor con que Dios
nos quiere a cada uno.
Todo esto quiere decir que para fundamentar adecuadamente
algo tan serio como la dignidad humana, en último término
hay que aceptar que la persona tiene un origen trascendente, más
allá de la genética y de la materia: esto es lo que asegura
de verdad su carácter incndicionado. En caso contrario, se puede
incurrir en una postura materialista o, sencillamente, eludir el problema.
Entonces empiezan a surgir problemas.
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Personas que no compensan
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3. Inconvenientes de otras explicaciones
de la dignidad humana
En efecto, cuando no se acepta este valor de
la persona en sí misma, se abre la puerta que conduce a dejar
de respetarla. Por ejemplo: si se dice que un ser humano sólo
es persona cuando se comporta como tal (cuando estudia matemáticas,
cuando acaba la carrera, cuando vota, cuando es capaz de hablar, de
comunicarse con los demás y ser consciente de sí mismo
y de su libertad, en suma, cuando ejerce SUS capacidades), entonces
todos los seres humanos que no se comportan como tales, porque están
dormidos o inconscientes o porque son no nacidos o discapacitados, no
serían personas, lo cual significa que son seres humanos de segunda
clase, y por tanto gente que vive vidas imperfectas que en algunos casos
puede compensar no prolongar.
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Hombres que no son personas
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Todos los seres humanos son personas por el mero hecho de ser seres
humanos, puesto que estos últimos son siempre personas. La distinción
entre ser humano y persona es falaz y resbaladiza hacia justificaciones
que atentan contra la dignidad de toda persona humana. Pretender que
hay un momento en el cual el embrión "se convierte" en persona
es mantener una distinción sumamente arbitraria y que no tiene
una justificación verdadera. El embrión es un ser humano
en potencia y una persona "que está en camino", y ambas cosas
vienen a ser lo mismo.
Desde aquí se pueden entender los reparos
morales a la manipulación genética, a la eutanasia y al
aborto. La base de esos reparos es la dignidad humana de la que aquí
se está hablando.
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Diferentes del animal sólo en la conducta
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El materialismo, tanto teórico como práctico, es un punto
de vista que sitúa el origen de la persona en el proceso orgánico
de la vida, y por tanto para un materialista no hay diferencia apreciable
entre un hombre y una rata: la única diferencia verdadera es
que uno y otro se comportan de distinta manera. Pero para poder comprobar
esto último hay que esperar a que crezcan: mientras el hombre
y la rata no son seres desarrollados todavía no se comportan
como los individuos adultos de cada una de esas especies. El materialismo
deprime la dignidad de la persona humana individual, y considera que
esa idea es una cuestión cultural, una pauta de valor que los
individuos de la especie humana han encontrado recientemente. El materialismo
constituye hoy la postura más generalizada, y al mismo tiempo
más elaborada, desde la cual se devalúa, no sólo
la dignidad de la persona humana, sino el sentido del dolor y del sufrimiento,
el fenómeno de la muerte y la posibilidad de un más allá
de ella, el comportamiento amoroso desinteresado, capaz de sacrificio,
hacia los demás, y en definitiva la respuesta a las grandes preguntas
acerca del sentido de la vida.
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Los criterios de dignidad meras cuestiones de opinión
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Otra explicación poco satisfactoria de la dignidad humana, que
muchas veces acompaña a la postura materialista, es decir que
consiste sólo en una convención social o cultural: no
tenemos más fundamento para reconocer que todo hombre es digno
que el estado de opinión contemporáneo acerca del asunto.
En épocas anteriores este estado de opinión no existía,
y había esclavos, bárbaros, mujeres sometidas a los varones,
maltrato a los niños, etc. Según este modo de pensar,
el respeto que el valor intrínseco e inviolable de la persona
merece no pasa de ser una convención, una opinión mayoritaria
que algún día cambiará.
Semejante postura es muy de temer y muy poco
defendible, porque viene a decirnos que la dignidad del hombre no se
basa y consiste en el valor intrínseco de la persona humana,
sino en algo tan extrínseco y mudable como la opinión
cultural. Si esto fuera así, estamos en manos de esa opinión
mudable, y el día que se haga general la opinión de que
las personas bajitas no pueden tener calidad de vida y es preferible
eliminarlas, ese día todos los bajitos o africanos, o enfermos
terminales, etc., deben salir huyendo del país si quieren salvarse.
La dignidad de la persona humana existe, es real y objetiva, independiente
y previamente a que sea reconocida por la opinión pública,
los gobernantes y el ordenamiento jurídico. Es más, precisamente
porque es algo objetivo y previo, la opinión pública,
los gobernantes y el ordenamiento jurídico deben respetar ese
valor inviolable.
La dignidad humana no es un asunto que dependa
de la opinión que se tenga de ella, porque hay mucha gente a
la cual esa dignidad no le importa nada, y no por ello se puede uno
avenir a las pretensiones de esa gente, por ejemplo acerca de que los
bajitos no pueden tener calidad de vida.
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