LA AMENAZA DE LA EUTANASIA

Cartas desde la fe. Mons. Fernando Sebastián

Diario de Navarra , Viernes 20 de marzo de 1998

 


I .Una campaña engañosa en favor de la eutanasia

En España se está librando una «lucha» por el reconocimiento social y legal de la eutanasia. Hay que respetar la conciencia de las personas, pero no podemos quedar impasibles ante una campaña que es inmoral por sí misma y muy peligrosa para la sociedad entera.

No es cierta la impresión que se da de que las personas que padecen alguna deficiencia estén deseando terminar con su vida. Lo normal es que estas personas deseen vivir y esperan la comprensión y la ayuda necesarias de los sanos para superar las limitaciones que padecen. Ellos ni son ni se consideran a sí mismos seres indignos de vivir.

Tampoco es cierto que la eutanasia sea un progreso en la historia de la humanidad. Era ya conocida y practicada por los antiguos. El verdadero progreso, aportado por el cristianismo, fue el de reconocer el derecho a vivir de las personas incapacitadas y el desarrollar en los demás las actitudes morales necesarias para ayudarles a vivir. Nuestro verdadero progreso moral consiste en ayudar a vivir a los demás. Lo contrario es barbarie.

Para favorecer esta campaña se utiliza también el recurso de presentar la eutanasia como un acto de libertad para el que la pide y un ejercicio de la misericordia en quien la ejerce. Ni lo uno ni lo otro...

Para que un acto sea bueno, hace falta algo más que ejercerlo libremente. Libremente se pueden hacer muchos disparates y muchas barbaridades. Por otra parte, eliminar la vida de alguien difícilmente se puede comprender como un acto de compasión. Y menos ahora, que hay muchos medios para ayudarle a vivir con suficiente felicidad y aliviar sus posibles dolores. La compasión verdadera lleva siempre a ayudar a vivir mejor. Pero no ayudar a morir, que en definitiva es matar.

 

 

 

II. La eutanasia es un grave mal moral

 


Cuando hablamos de eutanasia nos referimos a una acción cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien sea a petición de éste, bien porque alguien haya llegado a la convicción de que esa vida ya no merece ser vivida ni matenida.

Así considerada, la eutanasia "es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, bien sea mediante un acto positivo, o bien mediante la omisión de la atención y cuidados debidos".

La eutanasia propiamente dicha puede aparecer aceptable para algunos, a causa de un excesivo individualismo y de la consiguiente mala comprensión de la libertad, como si fuera la capacidad de decidir cualquier cosa con tal de que el individuo la juzgue necesaria o conveniente.

En esta mentalidad la existencia humana es vista y querida como una mera ocasión para disfrutar. No faltan los falsos profetas de la vida «indolora» que nos exhortan a no aguantar nada desagradable y a rebelarnos contra el menor contratiempo. Cuando ya no se puede disfrutar de la vida, la única salida razonable sería el suicidio, directo o asistido. Estos son los verdaderos precedentes de la eutanasia.

Los cristianos sabemos de dónde viene el verdadero valor de la vida. El ser humano, creado a imagen de Dios, es capaz de relacionarse personalmente y de vivir en alianza con El por toda la eternidad. Todo ser humano tiene, por eso, una misteriosa dignidad divina. Cada persona vale por sí misma, independientemente de las circunstancias buenas o malas en que viva. Cuanto más débil aparezca, más digna es de nuestro respeto y ayuda.

El «no matarás» (Ex 20,13) se refiere también a la propia vida. El quinto mandamiento del Decálogo expresa en forma normativa que la vida del ser humano no está a disposición de nadie, pues no es propiedad exclusiva de nadie, sino don de Dios.

La experiencia y la sabiduría humanas entienden, por lo general, que la vida pertenece a esa clase de bienes que son anteriores y mayores que nosotros mismos, que nos acercan a la esfera de lo misterioso, y que por eso mismo no están a nuestra disposición.

 

 

III. El mal moral de la eutanasia compromete la vida social

 

 

 

 

 

 

 

 


La aceptación de la eutanasia trae muy malas consecuencias. Cuando las leyes permiten la eutanasia, poco a poco se va haciendo normal que los sanos y fuertes dispongan de la vida de los enfermos y decidan cuándo ya no tienen derecho a seguir viviendo.

La aceptación social y legal de la eutanasia genera una trágica presión sobre los ancianos, los discapacitados o incapacitados y sobre todos aquéllos que, por un motivo u otro, pudieran sentirse como una carga para sus familiares o para la sociedad. Ellos mismos terminan pensando que no son dignos de vivir a costa del sacrificio de los demás.

El reconocimiento legal de la eutanasia conduciría a un modelo de sociedad dominada por el egoismo, sin amor ni generosidad, sin sacrificio de los unos por los otros. Una vida organizada así, termina con la riqueza interior de las familias y hace crecer el miedo y las sospechas en lo más sagrado de la vida y de las mismas instituciones sanitarias y sociales.

La respuesta cristiana y verdaderamente humana ante la dura realidad del sufrimiento es el amor, la abnegación, la ayuda generosa al que sufre y necesita de nosotros. Hoy la ciencia tiene suficientes recursos para evitar situaciones límite que resultarían intolerables para el enfermo. El verdadero reto actual es el de ayudar a vivir con dignidad y suficiente felicidad a los ancianos, a los discapacitados, a todos los que tienen mermadas sus facultades. La verdadera respuesta es el amor. Aunque tengamos que revisar y cambiar nuestras ideas y criterios de vida.

El servicio amoroso a los necesitados pone a su disposición los recursos de los sanos, aumenta sus posibilidades de vivir, estimula sus deseos y sus esperanzas. A la vez, el amor hace el milagro de enriquecer moralmente la vida de quien los atiende y se sacrifica por ellos, aumentando el gozo y la felicidad de todos. La fe en Dios y la esperanza en sus promesas de vida eterna hacen posible esta maravilla, mucho más humana que la gélida sociedad de la muerte programada. Decididamente: no a la eutanasia. Sí, una vez más, a la vida y a la generosidad.

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