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La tetraplejia no es el final
José Antonio Ullate Fabo Alfa y Omega,
24.I.98
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La muerte
de don Ramón Sampedro, envenenado con cianuro, ha puesto
en el candelero el problema de la eutanasia. Don Luis Moya,
sacerdote y tetrapléjico, ha escrito un libro sobre su
experiencia. Habla él hoy, para Alfa
y Omega:
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Podemos movernos mucho sin saber adónde
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--Cuál es su experiencia desde su accidente? ¿Cree que
el culto a la actividad puede ser una excusa para no afrontar la vida?
--Evidentemente, pensamos que la vida consiste en hacer muchas cosas,
y nos desesperamos con la inmovilidad. Se pueden hacer muchas cosas,
pero, en el fondo, sin saber por qué. Recuerdo una anécdota
de monseñor Escrivá; en una ocasión, mientras charlaba
con un alto eclesiástico, el secretario de éste entraba
y salía de la habitación, muy activo. En cierto momento,
monseñor Escrivá dijo: Este secretario suyo se mueve mucho,
a lo que respondió el otro: Sí, pero no sabe adónde
va. En esta época tan vertiginosa, con tanto yuppie, con tanto
hombre dinámico, ¿realmente sabemos adónde vamos?
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El tiempo para el hombre es ocasión de amar
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--Su situación es más propensa a percibir la densidad
del tiempo, las horas que pasan...
--El tiempo es, en el fondo, una permanente oportunidad de hacer cosas
buenas; para el hombre, constituye una permanente oportunidad de amar.
En el amor está lo grandioso del hombre: es tanto más
valioso, más feliz, en la medida en que ama más. Sin miedo.
--Otra persona en su situación, el señor Sampedro,
hablaba del suicidio no negando que hubiera otra vida futura, pero sin
que esto influyera en su decisión, ¿qué opina?
--En la forma de tratar las cosas entendemos, pero no amamos. Hace
falta algo más que comprender que la vida no es nuestra. Para
los que no tienen fe, la posibilidad de que haya otra vida también
es real, pero no influye. Nos hace más falta sentirnos amados
que entender el significado de la vida.
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La fortuna de ser amado
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--En una entrevista que tuvo con el señor Sampedro, él
le dijo que comprendía que usted pudiera sobrellevar su situación,
pero él no se consideraba capaz de hacerlo.
--La clave está en tener confianza en el misterio que el sufrimiento
supone, en el cual, el que más sufre es el más feliz,
si sufre por amor. Es no tener miedo a la lucha, no tener miedo a negarse
a uno mismo, a cansarse por los demás. El dolor de los que se
lamentan todo el rato porque antes yo, y ahora... o nunca más
podré hacer, es estéril, y viene de estar pensando en
uno mismo y de olvidar lo que todavía puedo hacer. A mí
puede aplicarse aquello del multimillonario que ha perdido 1000 pesetas.
Me parece demencial que, por haber perdido 1000 pesetas, me pase el
resto de la vida llorando y creyendo que ya no vale la pena emprender
un negocio, olvidándome del resto de la fortuna que poseo. El
grueso del capital consiste en saberse amado.
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Cualquiera puede calar en la grandeza de su vida
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--Esta circunstancia suya, ¿en qué medida ha contribuido
a hacerle más consciente de la relación con Dios y de
su vocación?
--Sí que me ha ayudado. Ha sido más fácil pensar,
centrarme en el mundo interior; en el fondo, es el mundo propiamente
humano: el decidir, el planear, el amar. No hace falta quedarse tetrapléjico.
Hay muchas personas que han calado muy profundamente sin estar en mi
situación, por eso animo al ciudadano de a pie a descubrir en
qué consiste ese mundo como personas, como hijos de Dios.
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