Enfermos terminales, medicina y eutanasia

Fernando Pascual
Mujer Nueva, 2003-10-22

Nuevos casos ante una nueva medicina

        La prensa presenta continuamente casos de enfermos y de familiares que piden la supresión de algunos tratamientos médicos o, en ocasiones, un acto directamente homicida (homicidio es todo acto que causa la muerte de otro ser humano). Los casos más recientes, el del francés Vincent Humbert (un tetrapléjico de 22 años, cuya muerte fue provocada en septiembre 2003) y el de la norteamericana Terri Schiavo (una mujer de 39 años que llevaba supuestamente en estado vegetativo más de 13 años, y a la que se le retiró el 15 de octubre de 2003 el tubo alimentario por decisión judicial), han vuelto a encender las discusiones sobre la asistencia médica y sobre la eutanasia.

        Si miramos hacia atrás, notaremos que la medicina ha sufrido enormes cambios en los últimos 50 años. Con las técnicas de reanimación, con los progresos en el tratamiento de deficiencias respiratorias, cardíacas, renales o hepáticas, es posible mantener en vida a miles de enfermos que, sin la ayuda médica, estarían condenados a una muerte más o menos rápida. A la vez, ha habido mejoras en el tratamiento del dolor físico, si bien queda todavía mucho por hacer.

Lo humano y lo razonable y sus faltas

        Este nuevo contexto médico permite, por ejemplo, que un enfermo en los distintos niveles de coma o en estado vegetativo persistente, pueda ser mantenido en vida durante varios años. La acción médica actúa cada vez más como apoyo externo de funciones vitales (pulmón artificial, diálisis), o como ayuda en la alimentación (alimentación parenteral) e hidratación. Estas medidas técnicas necesitan, para ser plenamente humanas, estar acompañadas por las atenciones elementales que todo enfermo merece a nivel físico (limpieza externa, movimientos para evitar llagas o heridas, masajes) y a nivel espiritual (acompañamiento, caricias, formas de contacto cuyos efectos no son siempre bien conocidos pero que pueden ser de mucha importancia en algunos enfermos que parecen no percibir lo que pasa a su alrededor).

        Por lo mismo, la ética sanitaria necesita reconocer que estos tratamientos, muchos de ellos nuevos y, a veces, costosos, son útiles en la medida en que sirvan al enfermo. Al mismo tiempo, la ética nos recuerda que no hay que llevar a cabo aquellas intervenciones desproporcionadas que provoquen enormes daños físicos o psíquicos o que alarguen inútilmente la agonía de un enfermo. Los médicos deben rendirse ante el hecho inevitable y natural de la muerte cuando un proceso patológico no puede ser curado y cuando son muy grandes los dolores provocados por la intervención técnica que detiene durante un cierto tiempo el proceso de muerte.

Tipos de tratamiento y su necesidad

        Por eso se hace necesario considerar en qué casos existe una obligación ética de recurrir a ciertos tratamientos médicos, y en qué casos no existe tal obligación.

        A la hora de iniciar, mantener, omitir o suspender una acción sanitaria, hay que tener en cuenta la distinción entre tratamientos básicos, obligatorios para todo enfermo, y tratamientos específicos para curar o para suplir alguna función del organismo humano. Los tratamientos básicos buscan mitigar el dolor y los daños físicos consecuencia de una enfermedad, así como ofrecen nuevas posibilidades para alimentar e hidratar, siempre que las acciones llevadas a cabo con este fin no provoquen más daños que beneficios. En cambio, los tratamientos específicos buscan curar o paliar la enfermedad, ayudar o incluso suplir la funcionalidad de un órgano gravemente dañado. Tratamientos específicos serían, por ejemplo, el recurso a antibióticos contra algunos agentes patógenos específicos, o el uso de un pulmón artificial, o una operación para extirpar una zona afectada por el cáncer.

        En general, los tratamientos básicos son siempre obligatorios. En cambio, los tratamientos específicos son obligatorios en la medida en que produzcan un bien al enfermo. Dejan de ser obligatorios, por lo tanto, cuando el recurso a los mismos no ofrezca ningún beneficio consistente al enfermo, alargue su agonía o lo lleve a dolores desproporcionados. Recurrir a ellos sin tener en cuenta esto significa caer en el ensañamiento terapéutico.

La importancia de distinguir

        En los casos de enfermos que se encuentran en coma o en estado vegetativo persistente, sigue en pie la obligación de mantener todos aquellos tratamientos básicos que merece el enfermo. Omitir este tipo de tratamientos con la intención de adelantar la muerte, muerte que se producirá por desnutrición o por deshidratación, es un acto claramente inmoral, que no puede no quedar penalizado por la legislación de un país que pretenda ser verdaderamente progresista.

        Respecto a los tratamientos específicos, podemos hacer la siguiente distinción. Son obligatorios aquellos tratamientos que tienen una función de “prótesis”, es decir, que suplen o sostienen el funcionamiento de un órgano cuando el resto de las funciones vitales mantiene una cierta coordinación entre sí, también en el estado de coma. En cambio, no hay una obligación estricta en aplicar aquellos tratamientos específicos que sólo sirven para detener un proceso natural de muerte. En este sentido, las leyes deben dejar abierto un espacio a la decisión médica para poder omitir aquellas intervenciones que sean desproporcionadas, si bien habrá que realizar aquellos controles que sirvan para evitar abusos sanitarios como los que se han dado en no pocas ocasiones.

        En el caso de un enfermo tetrapléjico, existe la obligación de ayudarle a vivir también con el recurso a un pulmón artificial, pues es una acción perfectamente proporcionada y útil para mantener la vida del paciente. Privarle del pulmón es siempre un acto homicida, que busca claramente provocar la muerte del enfermo.

Omisiones homicidas

        Conviene añadir que, en los casos en los que se omita lícitamente un tratamiento especial desproporcionado, no por ello el enfermo puede ser abandonado ni dejado morir sin que se le ofrezcan aquellos tratamientos que hemos denominado como básicos.

        En casos como los que han dado pie a estas reflexiones (Vincent, Terri), nos encontramos ante omisiones de curas básicas o de tratamientos proporcionados, omisiones que han sido escogidas para adelantar la muerte del enfermo, es decir, omisiones orientadas a provocar la eutanasia. Queda claro, a la vez, la licitud de recurrir a calmantes o analgésicos que busquen aliviar la situación de sufrimiento, incluso cuando se prevé que esta acción médica pueda acelerar, como efecto colateral no deseado, el proceso de muerte. Este recurso a calmantes es distinto del acto según el cual se dan medicinas (incluso antidoloríficas) en dosis preparadas claramente para provocar la muerte, lo cual sería claramente un acto de eutanasia.

La inconfesable cuestión económica

        Tenemos que reconocer, por último, que muchas veces el deseo de recurrir a la eutanasia está revestido de sentimientos de compasión: los que piden que se suspenda un tratamiento básico o un tratamiento específico proporcionado dicen que no quieren ver sufrir al familiar o al amigo enfermo. Este sentimiento, sin embargo, no justifica el que se niegue el derecho que todo enfermo tiene a recibir la asistencia sanitaria, derecho que nadie pierde por el hecho de sufrir.

        Por eso la mejor alternativa a la eutanasia se encuentra en la medicina paliativa, en la cercanía al enfermo y en el apoyo de toda la sociedad, aunque esto implique muchos gastos. A veces uno puede sospechar que la fuerte campaña en favor de la eutanasia en algunos países proviene de intereses que no aparecen en la prensa: acelerar la muerte de los enfermos podría ahorrar a los gobiernos una cantidad bastante importante de gastos en sanidad...

        Evitar nuevos casos de eutanasia será posible si reconocemos la dignidad de todo hombre y mujer, de cualquier ser humano, también cuando se encuentre en situaciones dramáticas. Todo enfermo necesita respeto, asistencia, compañía. Dárselos será señal de un mundo más humano y más justo.

 

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