¿Desde la perspectiva «laica y secular»...?

 

Sobre la disponibilidad de la propia vida

RAFAEL TERMES, EL PAIS, Lunes 6 abril, 1998

A raíz del suicidio asistido de Ramón Sampedro, que esto ha sido, hemos podido leer, sobre todo en la prensa diaria, pareceres a favor y en contra de la eutanasia, debidos a la pluma tanto de espontáneos opinantes como de personas comprometidas en el movimiento en pro del que llaman derecho a una muerte digna, principales beneficiarios de la decisión tomada por el tetrapléjico gallego.

Entre todo este material, mi atención se ha centrado en la frase: «de acuerdo con una ética laica, secular... la vida es nuestra y de nadie más». El autor de un artículo, de creación ética, contrario en todo su contenido a la eutanasia, refiriéndose a dicha frase dice que, efectivamente, desde la perspectiva «laica y secular», se puede hacer esta afirmación. Es decir, desde una postura laica, no religiosa, el suicidio no sería condenable. Sólo los creyentes, las personas religiosas, vendrían obligadas a ver en el suicidio un mal moral. Respetando a los que la sostienen, no puedo estar de acuerdo con esta opinión. No puedo estar de acuerdo por razones ontológicas, pero además por razones políticas, no partidistas, naturalmente, sino políticas en el más noble sentido de gobierno de la «polis». Estas razones son las que anticiparé antes de entrar en el fondo de la cuestión.

El argumento más utilizado para hacer callar a los que estamos en contra de la legalización del aborto, en todos sus supuestos, y de la llamada eutanasia, es que nuestro rechazo, derivado de la doctrina de la Iglesia católica, no podemos pretender imponerlo a la totalidad de los ciudadanos, en un Estado laico, que aglutina una sociedad ideológicamente plural. Pero no es así; estamos en contra del aborto y de la eutanasia porque, sin obstáculo de rechazar también el «encarnizamiento terapéutico», el aborto y la eutanasia son dos formas de asesinato y, no sólo porque lo diga la Iglesia católica, sino en razón de la dignidad de la naturaleza humana que es un dato compartido por creyentes y no creyentes, el asesinato es siempre un acto intrínsecamente malo, o, si se quiere éticamente perverso.

 

 

La verdadera razón para el suicidio

 

 

El suicida, al privarse del mayor de todos los bienes, que es la vida, contraría la inclinación primordial de su naturaleza, la de conservarse en su ser y, además, hace injuria a la comunidad a la que pertenece, como dice, entre los antiguos, Aristóteles, que, habiendo nacido 384 años antes de Cristo, condena el suicidio dejando sentado que la muerte es el último de los males de esta vida y el más terrible, de lo que se sigue que suicidarse para evitar otras miserias de esta vida, es preferir un mal mayor a otro menor, lo cual es antinatural. También condenan el suicidio, entre los modernos, Ludwig Wittgenstein, quien, cuando sus dos alumnos preferidos, Anscombe y Smythies, se convirtieron al catolicismo, dijo que no podría creer en las cosas que ellos creen, pero, desde esta increencia, afirma que el suicidio es la acción inmoral por antonomasia, pues en ella el hombre se reduce a la condición de objeto del instinto; así como el propio Kant, tan partidario de la moral autónoma, es decir de las reglas de conducta no impuestas por nadie sino extraídas de la propia naturaleza del hombre, quien juzga al suicida como un monstruo, negando que haya algún fin que justifique el suicidio.

Yo no comparto el calificativo que Kant adjudica al suicida, porque, como he dicho en otro lugar, pienso que el que llega a la decisión de quitarse la vida es digno de compasión. Pero comprender a la persona que incurre en error no es lo mismo que justificar la acción errónea. Por lo tanto, entiendo que desde un punto de vista secular, laico, o sea, sin ninguna implicación religiosa, el suicidio es una acción inmoral, éticamente contraria al bien del hombre y de la sociedad, que ningún legislador, por muy laico que se sienta, puede legitimar. Nadie puede disponer, no ya de la vida del otro sino tampoco de la propia vida. El derecho a la vida es un derecho-deber, es decir, un derecho indisponible.

Si esto es así, desde una mera perspectiva racional, ¿por qué la eutanasia se ha convertido en un tema de nuestro tiempo? Intentando buscar explicaciones, pienso que podría tratarse de la resistencia del hombre moderno a aceptar lo irremediable. Desde luego, la llegada de la muerte supone la irrupción de «algo» tremendamente inquietante para una mentalidad que se ha hecho progresivamente dominadora. El desarrollo de la técnica ha inducido una mentalidad según la cual el hombre puede dominar todas las cosas del mundo, especialmente las cosas del mundo humano. Pero, el hombre de hoy está poco preparado para «sufrir»; cualquier dolor es interpretado como un estímulo a poner los remedios para evitarlo o quitarlo. Cuando ese dolor es inevitable el hombre se siente desconcertado. Por esto se puede decir que en este tiempo, en nuestro mundo super desarrollado, el hombre tiene muchos menos dolores que hace años, pero tiene mucho más sufrimiento.

 

 

Consejo a los parlamentarios

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ante la muerte, considerada como el mayor de los males, se hacen muchos esfuerzos para vencerla, pero, a pesar de todo, llega inevitable. Sin embargo, hay un modo de hacer que la muerte no llegue a imponerse: causar una muerte libre antes de que la muerte inexorable haga su cometido. ¿Por qué se pegó un tiro Robespierre la noche antes de ser ejecutado en la guillotina? Ciertamente no era para sufrir menos dolor: el tiro que se pegó con la pequeña pistola era mucho menos seguro que la cuchilla de la guillotina, y en efecto sólo consiguió fracturarse la mandíbula. También Goering se suicida con una cápsula de veneno horas antes del momento en que estaba previsto ahorcarle. En estos casos -como en los de las personas que se suicidan ante la perspectiva de una enfermedad incurable- se pone de manifiesto que no se trata de tener una muerte menos dolorosa, sino de cerrar el paso a la muerte que trata de imponerse.

Estos suicidios son una especie de victoria pírrica sobre la muerte, pero inducen a pensar que la actualidad de la eutanasia tal vez tenga mucho que ver con esta cuestión de fondo, propia de la tremenda debilidad del pensamiento moderno. Necesitamos, urgentemente, recuperar la fortaleza de los valores, realmente definidos y claramente asumidos, para poder vivir, como quería el viejo Aristóteles, una vida buena, que, dicho sea de paso, nada tiene que ver con la buena vida que algunos, demasiados, desesperadamente se afanan en procurarse a cualquier precio. (Entre paréntesis: una prueba de la ética equivocada que nos invade es que, ante determinadas conductas fraudulentas, haya podido plantearse si «vale la pena» arriesgar años de privación de libertad a cambio de disponer y disfrutar, una vez salido de la prisión, de mil o dos mil millones de pesetas. Robar es siempre una acción inmoral, en la que no se debe caer, con independencia de que se pueda o no salvar el botín amasado en el robo).

Creada la comisión parlamentaria para debatir la posibilidad de legalizar la eutanasia, harán bien los senadores y diputados que se sientan humanistas en no caer en la trampa que pretenden tenderles. Si son verdaderamente humanistas, deben oponerse a la legalización de la eutanasia, no porque lo digan los obispos, que no pueden dejar de decirlo, sino simplemente porque el humanismo se opone a todo lo que daña la dignidad del hombre, y tanto el homicidio como el suicidio la dañan irreparablemente en lo más fundamental.

Rafael Termes es académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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