Eutanasia

La muerte digna es la de la comprensión del sentido positivo de una existencia que, aunque muchos no lo crean, no es meramente animal.

Alberto de la Hera Alfa y Omega, 14-XII-2000


¿Qué se esconde detrás de la buena voluntad de los partidarios de la "muerte digna"?

Pierdes un hijo, pero ganas una habitación: así trataba de consolar una amiga, llena de buena voluntad, a la madre cuyo hijo único se casaba aquella tarde. No era cosa de echar el consuelo en saco roto: para una familia moderna, de piso pequeño y grandes estrecheces, ¡menudo alivio una habitación más!

La eutanasia me suena con una música parecida. Detrás de la muerte voluntaria del anciano, ¿qué habitación recuperada se esconde?; ¿qué miserias, qué egoísmos, qué verguenzas están detrás de la piedad con el abuelo inútil?

En ocasiones las circunstancias de la vida se apoderan de nuestra razón

Tuve un amigo, hombre de bien si los ha habido, que durante un tiempo se mostraba, si no entusiasta defensor, sí comprensivo aceptador de la idea de la eutanasia. Pasó un año, y lo encontré un día manifestándose, con solidez argumental y rigor científico, contra aquello que defendiera hasta el momento. Indagué la razón y la encontré enseguida: se le había muerto la suegra. La buena señora convivía con el matrimonio y tenía a mi amigo hasta la coronilla. Una vez que la muerte, por causas naturales, despejó el panorama familiar, la razón volvió por sus fueros y mi amigo, hombre sin fe pero con sentido común, volvió a pensar con su cabeza, y en consecuencia a condenar de nuevo con los labios lo que su inteligencia había siempre rechazado.

Ancianos en clínicas extranjeras y compañías de seguros que garantizan una muerte natural

Se nos dice ahora que Holanda ha aprobado la eutanasia después de años de tolerarla. Parece que tenían lugar, bajo el manto de esa tolerancia, bastantes casos cada día. Eso sí que se nos dice. Lo que no se nos aclara es cuántos de tales casos diarios fueron muertes voluntarias, y cuántos, muertes forzadas. Lo que no se nos explica es que en Holanda existen compañías aseguradoras que aseguran a los ancianos contra la decisión de sus familiares, o de los médicos, de facilitarles una muerte deseada. Lo que no se nos señala es cuantos viejos holandeses acuden cada año a los hospitales belgas, donde no hay eutanasia, para que no les puedan ayudar a morir antes de tiempo en su propio país.

El sufrimiento es connatural

Un feroz egoísmo
A la defensa o aceptación de la eutanasia sólo se puede llegar desde un feroz egoísmo --por mucho que se lo disfrace-- de los que la administran, o desde una profunda ignorancia del sentido de la vida por parte de quienes la desean. El dolor y el sufrimiento son connaturales al hombre y poseen un íntimo significado, una grandeza, que nace del sentido redentor de la existencia. Dan consistencia a la vida, y nos permiten tocar con las manos llagadas la cruz salvífica que está en el fondo de toda fe y de todo sentido de la dignidad del ser humano; un dolor que se reparte entre quien lo lleva en su cuerpo y quien lo lleva en el servicio al otro, pero que en ambos casos ha de ser positivo, alegre, optimista; sentimientos que nacen de la profunda comprensión de la vida entendida en su totalidad.

Se entiende más fácilmente desde la fe, pero el no creyente también comprende que la ancianidad es una segunda niñez

No estoy defendiendo, por supuesto, ni la pasividad ni la búsqueda del dolor: Cristo sudó sangre en el Huerto de los olivos. Entiendo perfectamente que quien no tiene fe encuentre más difícil entender la vida, ya que la concibe sin esperanza final. Pero también para el no creyente ha de tener sentido cuanto digo. Los padres nos dolemos muchas veces de que nuestros hijos no nos devuelvan en nuestra vejez lo que hicimos por ellos en su infancia. Aparte de que sí que lo devuelven, dándoles a sus propios hijos lo que de nosotros recibieron; aparte de que lo que de mayores estamos ofreciendo a los pequeños no es sino la correspondencia a lo que de niños ya tenemos nosotros recibido; aparte de todo eso, que es ley normal y ordinaria de las vidas normales y ordinarias, está el caso especial del anciano que vuelve de algún modo a la niñez, y necesita entonces, espiritual y materialmente, los cuidados que en otro tiempo generosamente ofreció.

Simplemente faltan jóvenes y sobran viejos

Estamos, en este terreno, en un momento crucial de la historia humana. Hasta hace poco, los viejos se morían a su debido tiempo. Dentro de algún tiempo, la prolongación de la vida habrá encontrado el paralelo de la salud en la ancianidad y de la solución adecuada de la actual inversión de la pirámide de la edad. Pero, hoy por hoy, cada vez vivimos más anos, sin que estén suficientemente garantizadas las condiciones de esa vida más larga, ni médica ni socialmente hablando. Faltan jóvenes y sobran viejos. Y lo que sobra se elimina; por supuesto, convenciendo oportunamente a los interesados --contra el apego y el respeto a la vida está el lavado de cerebro y la no menos natural tendencia humana al egoísmo--.

La lotería de la vida

¿Pasaremos al futuro como los protagonistas del asesinato legal para resolver problemas que luego no van a parecer tan insolubles? Les estamos cerrando la puerta de la vida a millones de niños; nos disponemos a arrojar de la vida a millones de ancianos y enfermos. La vida empieza a ser una lotería, un capricho de la suerte. Hitler predicó lo mismo a favor de los que él consideraba los mejores, los más ganos, los más fuertes. Hoy hacemos lo mismo --por mucho que lo disfracemos-- a favor de los que sacan el número bueno en el bombo de la fortuna, de los engrendados en el seno de una madre que no quiera abortar y viven en el seno de una familia que no quiera liquidarlos cuando estorben.

Condición de dignidad

Todo lo demás es decirle al hombre que no acepte su parte personal en la dignificación universal del género humano. La muerte digna no es la de la eutanasia, sino la de la comprensión del sentido positivo de una existencia que, aunque muchos no lo crean, no es meramente animal.

 

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