Al concluir esta parte, es conveniente prestar gran
atención a los cuidados paliativos y al progreso logrado en la
lucha contra el dolor físico y el sufrimiento psicológico.
No hay que confundir en absoluto este nuevo camino con
el encarnizamiento terapéutico, como lo practicaron con Tito
en la ex Yugoslavia, Franco en España, Boumédienne en
Argelia y Tancredo Neves en Brasil. El encarnizamiento terapéutico
recurre a medios técnicos que debilitan al paciente, imponiéndole
dolores físicos y sufrimientos morales que retrasan artificialmente
su muerte y prolongan inútilmente su agonía. Es preciso
evitar tanto este camino como el opuesto, o sea, la omisión de
los cuidados, que ya hemos mencionado.
Los cuidados paliativos tienen una motivación
y una aplicación completamente diferentes. Se recurre a ellos
cuando se comprende que el tratamiento terapéutico destinado
a curar al paciente es ineficaz y que la enfermedad es definitivamente
incurable. En ese caso, el objeto mismo de la terapia cambia: ya no
es la enfermedad sino el dolor, que el médico trata activamente
de aliviar. Aunque no se pueda curar al paciente, no hay que renunciar
a aliviar su dolor.
En este ámbito, es de desear que se distinga
entre el dolor físico que puede aliviarse con analgésicos,
y el sufrimiento, que es de orden psicológico y moral. Muchos
de nosotros hemos sido ciertamente testigos de esa necesidad de compasión
que sienten los moribundos. En ese momento la compasión es el
nombre que recibe el respeto extraordinario que podemos manifestar a
los moribundos mediante un gesto de ternura, en ese momento decisivo
de su existencia.
En una palabra, ni obstinación ni abandono: no
hay que encarnizarse, pero tampoco acelerar el curso natural de las
cosas.
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No caer en la trampa terminológica
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Sobre la base de lo que acabamos de decir, es necesario hacer una precisión
con respecto a los términos. Distinguir entre eutanasia «activa»
y eutanasia «pasiva», como hacen algunos, es desaconsejable
a causa de la confusión que puede crear.
La eutanasia de la que se habla en los debates actuales
es el resultado de la intención de causar directamente la muerte,
tanto mediante un acto deliberado, como mediante la interrupción
deliberada de la curación. En consecuencia, definir «activa»
esa eutanasia significa caer en una tautología, porque la intención
de causar la muerte está presente en ambos tipos de acciones
deliberadas (acto e interrupción) que acabamos de mencionar.
La expresión eutanasia «pasiva» se
utiliza a veces para designar los «cuidados paliativos» o
el riesgo de muerte que puede implicar el recurso a los analgésicos.
Pero esa expresión es infeliz, porque se presta a equívocos.
Por tanto, es mejor evitarla.
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Lo decisivo es la intención
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En efecto, la eutanasia, en sentido estricto, implica siempre la intención
deliberada de causar directamente la muerte. Precisamente en esto consiste
el problema. Pues bien, esa intención no está en absoluto
presente en los cuidados paliativos. Por el contrario, éstos
requieren actos cuyo fin no es ciertamente acelerar la muerte, sino
aliviar el dolor y participar en el sufrimiento. Nadie niega que el
recurso a analgésicos potentes, utilizados con el fin de aliviar
el dolor, implique a veces el riesgo de acelerar la muerte, aunque el
progreso de la farmacología ha reducido de modo significativo
ese desenlace. Se trata de un riesgo normal. En efecto, lo que se busca
es aliviar el dolor, no causar la muerte. Esta última, aunque
resultara acelerada, no sería querida ni directa ni tampoco indirectamente,
en el sentido de que la voluntad de aliviar el dolor de un paciente
no implica la intención de llegar, mediante ese método
terapéutico legítimo, a causarle la muerte.
Por tanto, no es correcto hacer hincapié en el
riesgo que el médico obliga a correr a veces al paciente incurable
en fase terminal. A decir verdad, en el fondo ese riesgo no se diferencia
mucho del que afrontan a menudo los cirujanos en el caso de operaciones
necesarias, pero muy delicadas. Basta pensar en los casos que se presentan
en cirugía cardíaca o en neurocirugía. El cirujano
pondera el riesgo mejor que nadie, pero hace todo lo posible para curar
al paciente. La muerte, que puede sobrevenir a causa de una operación,
es un desenlace posible, pero no querido.
Así pues, es mejor evitar la distinción
entre «eutanasia activa» y «eutanasia pasiva», aunque
la actitud activa que encierra la segunda expresión carezca de
la intención mortífera directa, característica
esencial de la primera, o sea, de la eutanasia propiamente dicha.
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