No obstinación terapéutica, sino tratamientos del dolor y del sufrimiento

 

Propuesta alternativa: los cuidados paliativos

 

Prof. Michel SCHOOYANS, Universidad de Lovaina

Al concluir esta parte, es conveniente prestar gran atención a los cuidados paliativos y al progreso logrado en la lucha contra el dolor físico y el sufrimiento psicológico.

No hay que confundir en absoluto este nuevo camino con el encarnizamiento terapéutico, como lo practicaron con Tito en la ex Yugoslavia, Franco en España, Boumédienne en Argelia y Tancredo Neves en Brasil. El encarnizamiento terapéutico recurre a medios técnicos que debilitan al paciente, imponiéndole dolores físicos y sufrimientos morales que retrasan artificialmente su muerte y prolongan inútilmente su agonía. Es preciso evitar tanto este camino como el opuesto, o sea, la omisión de los cuidados, que ya hemos mencionado.

Los cuidados paliativos tienen una motivación y una aplicación completamente diferentes. Se recurre a ellos cuando se comprende que el tratamiento terapéutico destinado a curar al paciente es ineficaz y que la enfermedad es definitivamente incurable. En ese caso, el objeto mismo de la terapia cambia: ya no es la enfermedad sino el dolor, que el médico trata activamente de aliviar. Aunque no se pueda curar al paciente, no hay que renunciar a aliviar su dolor.

En este ámbito, es de desear que se distinga entre el dolor físico que puede aliviarse con analgésicos, y el sufrimiento, que es de orden psicológico y moral. Muchos de nosotros hemos sido ciertamente testigos de esa necesidad de compasión que sienten los moribundos. En ese momento la compasión es el nombre que recibe el respeto extraordinario que podemos manifestar a los moribundos mediante un gesto de ternura, en ese momento decisivo de su existencia.

En una palabra, ni obstinación ni abandono: no hay que encarnizarse, pero tampoco acelerar el curso natural de las cosas.

No caer en la trampa terminológica

 


Sobre la base de lo que acabamos de decir, es necesario hacer una precisión con respecto a los términos. Distinguir entre eutanasia «activa» y eutanasia «pasiva», como hacen algunos, es desaconsejable a causa de la confusión que puede crear.

La eutanasia de la que se habla en los debates actuales es el resultado de la intención de causar directamente la muerte, tanto mediante un acto deliberado, como mediante la interrupción deliberada de la curación. En consecuencia, definir «activa» esa eutanasia significa caer en una tautología, porque la intención de causar la muerte está presente en ambos tipos de acciones deliberadas (acto e interrupción) que acabamos de mencionar.

La expresión eutanasia «pasiva» se utiliza a veces para designar los «cuidados paliativos» o el riesgo de muerte que puede implicar el recurso a los analgésicos. Pero esa expresión es infeliz, porque se presta a equívocos. Por tanto, es mejor evitarla.

 

Lo decisivo es la intención

 

 

 

 


En efecto, la eutanasia, en sentido estricto, implica siempre la intención deliberada de causar directamente la muerte. Precisamente en esto consiste el problema. Pues bien, esa intención no está en absoluto presente en los cuidados paliativos. Por el contrario, éstos requieren actos cuyo fin no es ciertamente acelerar la muerte, sino aliviar el dolor y participar en el sufrimiento. Nadie niega que el recurso a analgésicos potentes, utilizados con el fin de aliviar el dolor, implique a veces el riesgo de acelerar la muerte, aunque el progreso de la farmacología ha reducido de modo significativo ese desenlace. Se trata de un riesgo normal. En efecto, lo que se busca es aliviar el dolor, no causar la muerte. Esta última, aunque resultara acelerada, no sería querida ni directa ni tampoco indirectamente, en el sentido de que la voluntad de aliviar el dolor de un paciente no implica la intención de llegar, mediante ese método terapéutico legítimo, a causarle la muerte.

Por tanto, no es correcto hacer hincapié en el riesgo que el médico obliga a correr a veces al paciente incurable en fase terminal. A decir verdad, en el fondo ese riesgo no se diferencia mucho del que afrontan a menudo los cirujanos en el caso de operaciones necesarias, pero muy delicadas. Basta pensar en los casos que se presentan en cirugía cardíaca o en neurocirugía. El cirujano pondera el riesgo mejor que nadie, pero hace todo lo posible para curar al paciente. La muerte, que puede sobrevenir a causa de una operación, es un desenlace posible, pero no querido.

Así pues, es mejor evitar la distinción entre «eutanasia activa» y «eutanasia pasiva», aunque la actitud activa que encierra la segunda expresión carezca de la intención mortífera directa, característica esencial de la primera, o sea, de la eutanasia propiamente dicha.

 

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