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La sociedad moderna enfatiza mucho la conveniencia, el
confort y el evitar el dolor y las pruebas inevitables de la
vida. Cuando algo terrible sucede en nuestro trabajo, en
nuestra familia o con nuestra salud, tendemos a enojarnos
con Dios o a maldecir nuestra mala suerte, en vez de
aprender de nuestra experiencia, adquirir sabiduría,
fortaleza y valor ante la vida.
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Desde la fe
el dolor que es un derecho de
purificación
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Aún más fundamentalmente, tal parece que hemos
olvidado que tenemos un alma inmortal creada a imagen y
semejanza de Dios. El alma es lo que nos distingue
fundamentalmente del resto del reino animal. Hace medio
siglo el Papa Pío XII se preguntaba: "¿No
consiste acaso la eutanasia en una falsa compasión
que alega evitarle al hombre el sufrimiento purificador y
meritorio, no por medio de una ayuda caritativa y loable,
sino por medio de la muerte, como si estuviéramos
tratando con un animal irracional desprovisto de
inmortalidad?"1 En
esta pregunta el Papa estaba resaltando dos grandes
propósitos del dolor: la purificación y el
mérito.
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Un cierto
grado de sufrimiento que es favorable para
todos
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Cualquiera que haya sufrido mucho dolor durante un
período de tiempo se dará cuenta, luego de
examinarse interiormente, que ha sido fortalecido por esa
experiencia. Se da cuenta de que el dolor no es destructivo,
si se sufre durante un tiempo, sino que hace que el hombre
se dé cuenta de que tiene la fuerza para vencer los
obstáculos y temores que antes parecían ser
insalvables. Esto es cierto para todo el mundo, sea la
persona cristiana, judía, hindú o atea.
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No se debe
exigir el heroísmo a todos
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Por supuesto, si el dolor es muy agudo y se sufre durante
demasiado tiempo puede destruir al más fuerte. Por
eso es que la Iglesia Católica enseña que no
es apropiado esperar que todas las personas manifiesten una
virtud heroica, y que los analgésicos pueden ser
usados, aún en el caso de que causen un estado de
lucidez parcial o el aceleramiento de la muerte en algunos
casos. (Véase el artículo precedente.)
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El sentido
salvífico del dolor humano
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El segundo gran propósito del sufrimiento humano es
ganar mérito. La primerísima afirmación
de la Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II
Salvifici doloris sobre el sentido cristiano del sufrimiento
humano resalta la constante enseñanza de la Iglesia
sobre esta materia: "Suplo en mi carne --dice el
apóstol San Pablo, indicando el valor
salvífico del sufrimiento-- lo que falta a las
tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la
Iglesia."
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La Declaración sobre la eutanasia del Vaticano nos
enseña: "...según la doctrina cristiana, el
dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la
vida, asume un significado particular en el plan
salvífico de Dios; en efecto, es una
participación en la Pasión de Cristo y una
unión con el sacrificio redentor que Él ha
ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre. No debe pues
maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de
los analgésicos, para aceptar voluntariamente al
menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así
de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado
(cf. Mateo 27:34)."2
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Un cierto grado de dolor al final de la vida nos permite
seguir a Cristo hasta la misma cruz. En cierto modo,
sería una inconsistencia el que los cristianos
estuviesen dispuestos a sufrir ciertos tipos de indignidad e
inconveniencias en nombre de Cristo durante varias
décadas de su vida, y luego negarse a participar
plenamente en el último y más importante
sufrimiento de Nuestro Señor en el momento de su
muerte.
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Esto no significa de ningún modo que tengamos que
languidecer en agonía hasta el último momento
de nuestra existencia, ya que el dolor mismo puede ser una
terrible distracción [para nuestro encuentro con
Dios]. Sin embargo, se necesita un equilibrio adecuado
durante nuestras últimas horas entre el estar
plenamente conscientes de que lo que nos está
sucediendo en nuestro camino hacia el Calvario y el grado de
dolor que podemos soportar.
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La excelencia
del hombre sobre el mero animal
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Ponemos "a dormir" a los animales porque su sufrimiento no
tiene sentido. No pueden enfrentar la muerte con fortaleza y
entereza. Por lo tanto, nuestra única respuesta
posible a su tribulación es ponerle fin a su
sufrimiento lo antes posible.
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Lo que los animales necesitan en sus últimos
días es que los traten humanitariamente; lo que los
seres humanos necesitan en sus últimos días es
que lo tratemos humanamente, es decir, como seres humanos
dignos de respeto --ofreciéndoles nuestra
compañía, dándoles ánimo para
mantener su fortaleza-- y, cuando el dolor es grave,
proveyéndoles lo mejor que la medicina puede ofrecer
para aliviar su dolor. Pero no podemos tratar a las personas
como a los animales, con la inyección lista para
"ponerlos a dormir". No, debemos respetar su
dimensión espiritual y el plan de Dios para sus
vidas.
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Nota: Véase el libro mencionado en la nota al final
del primer artículo de esta ventana, en este caso las
páginas correspondientes son: 145-146.
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Fuentes: 1. Alocución del Papa
Pío XII al Congreso de la Unión Internacional
de Ligas de Mujeres Católicas, Roma, Italia, 11 de
septiembre de 1947. volver
2. Sagrada Congregación para
la Doctrina de la Fe. Declaración sobre la eutanasia,
5 de mayo de 1980. Sección III, "El cristiano ante el
sufrimiento y el uso de los analgésicos".
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