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Los Médicos y la Eutanasia
Gonzalo Herranz, profesor de Etica Médica
y director del Departamento de Bioética de la Universidad de
Navarra. Miembro de la Comisión Central de Deontología
del Consejo General de Colegios Médicos de España, de
la que fue Presidente de 1984 a 1995. Vicepresidente de la Comisión
de Etica del Comité Permanente de Médicos de la Comunidad
Europea (1986-1988).
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Los partidarios sacarán partido a la muerte de
Ramón Sampedro
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El patético fin de Ramón Sampedro
nos ha afectado a todos. De él, se ha hablado y escrito mucho
en los medios de comunicación, a veces con más morbo que
lucidez. Y se seguirá hablando, pues ha abierto en la sociedad
española una herida muy difícil de curar. Los promotores
de la eutanasia, de su despenalización y de su práctica,
se encargarán de ello y nos irán recordando a dosis bien
calculadas el testamento y el mensaje de Ramón Sampedro. Saben
que él ha entrado en la galería de los símbolos
y tratarán de sacar todo el partido posible de su muerte.
Es curioso que los médicos apenas hayamos participado
en los comentarios y debates que siguieron al penoso suceso. Es sorprendente,
porque la eutanasia y la ayuda al suicidio son tenidas, en principio,
como asuntos que conciernen muy directamente al médico. ¿Qué
significa esa ausencia, ese silencio?
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Siendo realistas, el problema no está resuelto
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Podría significar que no tenemos mucho que decir, porque la cosa
está clara. Hay, por un lado, una neta prohibición legal
de la eutanasia. Ésta sigue siendo un delito. El artículo
143,4 del nuevo Código Penal la penaliza más suavemente
que antes, pero la penaliza. Hay, por otro lado, una neta prohibición
deontológica de la eutanasia. Nuestro Código de Ética
y Deontología Médica declara la eutanasia u homicidio
por compasión contrario a la ética médica.
Sería, sin embargo, poco realista inferir de
ello que los médicos tenemos ya resuelto el problema y que, en
virtud de la prohibición legal y deontológica de matar
deliberadamente a nuestros enfermos, todos pensamos de la misma manera
y nos oponemos de plano a la eutanasia. Esa conclusión sería
tan errónea como la deducida de ciertas encuestas de opinión,
rudamente simplistas y ciegas a la complejidad de la vida moral, que
dicen exactamente lo contrario: que la gran mayoría de los médicos
estamos a favor de la legalización de la eutanasia y de la ayuda
médica al suicidio.
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Responsabilidad de los médicos
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En el estrecho espacio de esta nota quiero ofrecer unos pocos puntos
sueltos para la reflexión dirigidos a médicos, porque
a los médicos, más que a nadie, nos conviene cavilar sobre
las relaciones de la eutanasia con la Medicina.
1. La unanimidad deontológica del respeto
a la vida terminal
De acuerdo con la deontología profesional del
médico, la eutanasia y la ayuda médica al suicidio son
incompatibles con la ética médica. Ese es el parecer universal,
consolidado por la Asociación Médica Mundial en sus Declaraciones
de Madrid (1988) y Marbella (1992).
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Corporativamente los médicos rechazan unánimemente
la eutanasia
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He revisado recientemente lo que dicen sobre los cuatro grandes problemas
de la ética del fin de la vida (eutanasia, ayuda médica
al suicidio, encarnizamiento terapéutico y atención paliativa)
los Códigos de Ética y Deontología médica
de 39 países (22 de Europa y 17 de América) en más
de un centenar de ediciones diferentes. Los resultados son estos: no
tratan de la materia, tres; aluden marginalmente a ella, diez; la tratan
de modo explícito, pero no se definen sobre los cuatro aspectos
específicos analizados, once; ofrecen de ellos una exposición
detallada, quince. Aunque los Códigos son muy variados en contenido
y estilo, no se detecta ninguna fisura en la común tradición
de rechazo de la eutanasia y de la ayuda médica al suicidio.
Es también general la condena de la obstinación terapéutica,
lo mismo que el mandato positivo de aliviar el sufrimiento y de aplicar
los remedios paliativos. De modo significativo, las Reglas de Conducta
para los Médicos de la progresista Real Sociedad Holandesa de
Médicos guardan silencio sobre la relación del médico
con el paciente terminal, un silencio que quiere decir mucho.
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Aunque no sea por imperativos morales, que no están
de moda, los médicos consideran intangible la vida humana
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Esta rara unanimidad, en el tiempo y en el espacio, sobre la intangibilidad
de la vida humana que se acaba tiene que hacernos pensar. Por muy diferentes
caminos (por argumentos utilitaristas, por vocación sanadora,
por imperativo moral, por adhesión a las tradiciones), se llega,
en las diferentes áreas culturales, a la misma y firme prohibición
de la eutanasia. No es muy propicio el tiempo en que vivimos para proponer
y defender normas morales absolutas o simplemente fuertes. No sólo
no están de moda: el posmodernismo dominante es incompatible
con las convicciones duras. El respeto a la vida terminal pertenece
al mínimo ético que define el núcleo de la profesión
médica: es una afirmación basada en pruebas.
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Salvo casos excepcionales ya conocidos, los médicos,
que son los que aplican la eutanasia, son contrarios a matar; no así
algunos filósofos
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2. La eutanasia, ¿cosa de médicos o
cosa de filósofos?
Parece, pues, por lo que dicen los Códigos, que
la eutanasia no es cosa de médicos. Se pueden contar con los
dedos de una mano los Jack Kevorkians y los Herbert Cohens, los activistas
médicos de la eutanasia y la ayuda al suicidio. Son mayoría
los médicos que para sí tienen que esas intervenciones
podrían ser toleradas, pero sólo para casos muy excepcionales
y trágicos, muy difíciles de evaluar. Y mientras piensan
así, piden a Dios que no se encuentren nunca con ninguno de ellos,
y que, si así sucediera, que esté cerca alguien que quisiera
aplicar la muerte; que ellos no lo harán ni atados: los médicos
no están para matar. Los pocos relatos publicados por un pequeño
número de médicos holandeses que han practicado la eutanasia
nos los muestran llenos de dudas y zozobras, víctimas de dudas
hamletianas, indecisos, casi paralizados, entre la aceptación
intelectual de la eutanasia y la repugnancia ética de poner fin
a una vida humana. Nos dicen que lo han pasado muy mal.
En contraste con esta actitud, tan renuente e incierta,
de los médicos ante la eutanasia y la ayuda al suicidio, los
activistas de la muerte digna, muchos de ellos profesores de filosofía,
no sólo aprueban esas intervenciones liberadoras, sino que sienten
entusiasmo por ellas.
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¡Que sean los filósofos los encargagos de
eutanasiar!
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Un médico canadiense, profesor de ética médica,
ha sugerido, con la boca chiquita, una solución tan brillante
e inteligente como inaceptable: conceder a los filósofos la autorización
para eutanasiar, que sean los activistas de la muerte digna quienes
hagan la faena. La ley podría permitirles a ellos practicar la
eutanasia y la ayuda al suicidio. No les costaría mucho aprender
las dosis y modos de administración de los eutanáticos
o la técnica de la inyección letal. Tienen, a juicio del
profesor canadiense, todas las ventajas: nunca han hecho un juramento
profesional como los médicos, ni están obligados por los
códigos de la ética profesional. De rechazo, los pacientes
no perderían confianza en los médicos, pues podrán
estar siempre seguros de que lo nuestro es exclusivamente preservar
la vida y restituir la salud. Además, la toma de decisiones se
haría mucho más rápida: en contraste con los médicos,
tan perplejos y lentos en evaluar los casos singulares, los filósofos
parecen pisar terreno firme a la hora de determinar quienes, y quienes
no, son tributarios de la eutanasia, o cuando es, y cuando no es, aceptable
ayudar a otro a morir. Por lo que escriben y hablan, lo ven todo claro.
Esa clarividencia de los filósofos aseguraría que la ley
nunca sería burlada: su pensamiento lúcido, preciso como
una hoja de afeitar nueva, inmune a lo irracional, evitaría la
caída por la pendiente resbaladiza a la que podrían ser
arrastrados los médicos por su excesiva implicación emocional
en determinados casos.
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Los médicos, los menos idóneos
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De la propuesta del profesor canadiense se deduce una consecuencia sólida:
que los médicos somos, de todos cuantos habitamos la tierra,
los menos idóneos para encargarnos de poner fin a la vida de
los enfermos. Lo hacemos muy mal, como revela ese laboratorio de experimentación
social que es Holanda.
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Preocupación en Alemania de contagiarse por el
ejemplo de Holanda, donde la eutanasia es una opción terapéutica
para quien no puede pedirla
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3. El ejemplo de Holanda: escarmentar en cabeza
ajena
Hace poco más de un año, el Congreso de
los Médicos Alemanes, una reunión multitudinaria y rabiosamente
aficionada a votar todo cuanto pueda ser votado, acordó por unanimidad
expresar su preocupación por lo que está ocurriendo en
los Países Bajos. Lo decían con estas palabras. "Nos preocupa
hondamente la evolución práctica y la regulación
legal de la eutanasia en Holanda. Y aunque las motivaciones humanitarias
puedan jugar un papel en esa evolución, vemos que, sin que nadie
lo evite, poner fin a la vida de los pacientes terminales se está
convirtiendo en parte integral del oficio del médico holandés".
En los Países Bajos, es cierto, la eutanasia
aumenta. De año en año se le encuentran más aplicaciones.
Lo que empezó siendo algo excepcional para situaciones extremas
y desesperadas, se ha convertido en pocos años en una alternativa
terapéutica de primera línea, como cualquier otra. Lo
que sólo se autoriza por ley para quien la pide libre e insistentemente,
se está aplicando a quien es incapaz de hacerlo.
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Las estadísticas publicadas por el Comité nombrado por
el Fiscal General arrojan cifras que muestran de modo regular incrementos
anuales. El Comité informa que no se declaran más de la
mitad de las eutanasias. De las que se declaran, el paciente interviene
en el proceso de decidir el final de su vida en aproximadamente la mitad
de los casos. En el 40% restante, eso no es posible a causa de la conciencia
debilitada o la demencia, mientras que en el restante 10% el paciente
no interviene por razones paternalísticas: esto es, se pone fin
a su vida sin advertírselo.
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En Holanda es reconocido el empleo abusivo de la eutanasia
y los ancianos desconfían del médico
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Dado el abuso, palmario e ilegal, que en los Países Bajos se
hace de la eutanasia, la Real Sociedad Holandesa de Médicos está
recomendando a los médicos que la abandonen en favor de la ayuda
médica al suicidio, inmune a muchos de los malos usos que se
hacen de la eutanasia. La desconfianza de los ancianos hacia los médicos
y hospitales es un fenómeno muy extendido, que está provocando
un difuso estado de abandono médico de la población geriátrica.
Saben que muchos médicos han incluido la eutanasia como una opción
terapéutica muy eficaz.
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Cuando en la Cámara de los Lores se planteó por quinta
vez en lo que va de siglo la posible legalización de la eutanasia,
el presidente del Comité nombrado al efecto, Lord Walton of Trenchant,
pensó que el modo mejor de saber que es la eutanasia en directo
era irse los 14 miembros del Comité de Ética Médica
a Holanda y examinar allí concienzudamente lo que estaba pasando.
La conclusión unánime del Comité es que en el Reino
Unido no se debe legislar sobre eutanasia, pues la experiencia holandesa
muestra con evidencia que es imposible poner límites legales
a los potenciales abusos. Prácticamente la misma que un psiquiatra
neoyorquino, el prof. Hendin, Director de la Fundación Americana
sobre el Suicidio, que, tras una larga investigación sobre el
terreno en Holanda con el fin de determinar hasta qué punto la
experiencia holandesa de ayuda al suicidio podría ser importada
a los Estados Unidos, llegó a la conclusión de que no
había mucho que aprender de ella: "La gente con que me encontré
en Holanda, de ambos lados del debate, era inteligente y estaba sinceramente
preocupada. Si no lo fueran, su experiencia tendría muy poco
valor para nosotros. Pero está claro: personas muy inteligentes
y compasivas pueden, con intenciones muy humanitarias, acabar con la
vida de otras de un modo inapropiado".
La compasión, sin racionalidad, justifica conductas
que ya no respetan la profesionalidad del médico, su juicio objetivo.
Eso es lo que nos enseña la experiencia holandesa.
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4. A favor de la eutanasia, ¿dentro de la profesión?
Hay médicos que se dejan seducir por la muerte.
No es deseable, pero es probable, que pronto veamos a un colega o a
varios, que es más eficaz, que se autoacusan de haber puesto
fin a la vida de algunos de sus pacientes, de haber practicado eutanasias
ilegales. Nos dirán que lo han hecho porque, para ellos, profesionales
honrados y responsables, la ayuda médica al suicidio y la eutanasia
constituyen un modo, pleno de competencia, de atender a los pacientes
que desean morir con dignidad y honor. Son conscientes de que su autoacusación
puede ser tomada como prueba de que han cometido un crimen, pero asumen
el riesgo y están dispuestos a ser víctimas de un sistema
judicial que consideran obsoleto, insensible e injusto. Su gesto -añadirán-
es una protesta contra una legislación coactiva, pues tienen
por inhumana la ley que prohíbe la ayuda al suicidio y la eutanasia
compasiva. Su honradez les impele a arriesgar su carrera y a luchar
por una nueva generación de derechos civiles. De paso, denunciarán
la hipocresía de la profesión médica, pues -nos
dirán- la cooperación al suicidio es una práctica
muy difundida entre los médicos, que ayudan clandestinamente
a morir a muchos pacientes. Concluirán que aliviar a los pacientes
de sus sufrimientos mediante la muerte es actuar según las mejores
tradiciones de la ética médica y que negar la muerte dulce
es violar el respeto debido a la vida, un acto de crueldad incompatible
con el corazón compasivo del médico.
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Esta es una dialéctica conmovedora, que prende hondo en el corazón
del público y también de los diputados deseosos de distinguirse
en la carrera parlamentaria. Es muy fácil que un país
sucumba a un mensaje tan lleno de aparente compasión y humanidad.
A esa retórica de sentimientos hay que responder
con la sencillez de lo básico e innegociable. Con la sencilla
argumentación con que un médico respondía a un
paciente que no encontraba sentido a su sufrimiento y quería
morir, una argumentación que el paciente pudo comprender y aceptar.
Cuento el caso: el paciente vivía solo, llevaba seis años
en diálisis, presentó enfermedad de pequeños vasos
en ambas piernas pero rehusó enérgicamente la amputación.
Los dolores eran terribles. Los analgésicos fuertes le producían
náuseas y espantosas alucinaciones que lo torturaban, por lo
que hubo de aguantar el dolor con analgésicos ligeros. Su médico
accedió, razonablemente, a la petición del paciente de
suspender la diálisis. El paciente sabía que le quedaban
como máximo dos semanas de vida muy miserable y dolorosa. A los
tres días de suspendida la diálisis, pidió al médico
de modo conmovedor que pusiera fin a su vida. "No -le dijo el médico-
me está pidiendo usted una cosa que nadie puede pedir a otro:
acabar con una vida humana. No puedo hacerlo. Y tengo tres razones:
la primera es que destruiría la más básica de las
relaciones humanas. Nadie puede matar a otro. Las guerras, las cámaras
de gas, la silla eléctrica, las horcas, los venenos, los fusiles:
para mí todo eso es un error, lo siento en los tuétanos.
La segunda razón es la de un cobarde. ¿Qué pasaría
si viene alguien y me ve hacerlo? Me imagino que al final no me meterían
en la cárcel, pero me lo harían pasar muy mal antes de
soltarme. Así que porque me da miedo, le pido que aguante su
dolor. La tercera razón viene de las relaciones de los médicos
con los pacientes. Si los médicos empiezan a matar, la cosa ya
no puede pararse. Y todo el mundo cogerá miedo a los médicos
y se volverán desconfiado. No puedo hacerlo".
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El paciente empezó a compungirse, mientras las lágrimas
corrían por sus mejillas. "Perdone, Doctor -dijo-. Perdóneme
que se lo haya pedido". Era un gran paciente que comprendió que
gratificar su petición significaba un precio exorbitante para
los demás. En el fondo, la eutanasia es un perjuicio insoportable
para la sociedad, una catástrofe ecológica que destruye
la Medicina.
Porque los médicos tenemos defectos. Somos humanos,
muy humanos. Esto quiere decir que tenemos altibajos, que a veces andamos
muy cansados, irritables, hartos de la lucha, perdida, contra la muerte,
o de la lucha, nunca ganada, contra nosotros mismos. Hay pacientes que
no nos caen bien, que no queremos ver ni en pintura. En ocasiones nos
entran ganas de tener un poco más de orden, de tiempo, en nuestra
vida, de que nos dejen en paz. Si la ley nos autorizara a eliminar vidas
humanas, ¿qué podríamos hacer los días que
estamos pesimistas o agresivos, cuando andamos estresados, o con ganas
de acabar pronto? Somos humanos. Y la posibilidad de la eutanasia o
de la ayuda al suicidio es un peligro demasiado próximo. No sólo
para los pacientes que nos las piden, o para los que nos revientan y
no la piden. Es un peligro mortal para nosotros mismos. La prohibición
absoluta de matar a nuestros enfermos es una fuerza moral maravillosa
e inspiradora.
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