Eutanasia, médico y enfermo

Gabriel García Cantero Alfa y Omega, n. 245, 1.II.2001


Toda relación médico enfermo es mucho más que es una relación contractual

La relación médico-enfermo es mucho más que el vínculo contractual existente entre quien presta un servicio y la persona que se lo remunera; es una relación jurídica que puede mantenerse tanto dentro del denominado sector público de la salud, como del privado; pero, ante todo, es una compleja relación humana basada fundamentalmente en la confianza; el enfermo acude al profesional de la medicina animado de una esperanza, íntimamente arraigada en el corazón de toda persona: la de curar o mejorar su enfermedad; el enfermo se fía de su médico, de su buen hacer profesional y, sobre todo, de su conciencia, pues está seguro de que aquél pondrá a contribución todo su saber para sanarle. Esta especialísima relación médico-enfermo, en la que se entrecruza lo intelectual, lo psicológico y lo emocional, es independiente del sistema de salud que rija la sociedad, y puede encontrarse en una sociedad primitiva en la que únicamente actúen curanderos, chamanes o hechiceros, lo mismo que entre los países que han alcanzado el más avanzado sistema de asistencia sanitaria y de Seguridad Social.

Con legalización de la eutanasia la desconfianza en el médico y en la sanidad es inevitable

La legalización de la eutanasia en Holanda constituye un ataque a la línea de flotación de la tradicional relación médico-enfermo, la cual, de estar fundada en la confianza, va a dar paso a situaciones contrapuestas de temor y desconfianza generalizada, sobre todo para cierta clase de personas, en razón a su edad o a su estado físico. ¿Con qué estado de ánimo un miembro de la tercera edad, que sea contrario a la eutanasia, va a solicitar los servicios médicos holandeses? ¿Cómo podrá evitar pensamientos similares a los siguientes: Si me diagnostican una enfermedad incurable, ¿no será que la Seguridad Social desea ahorrarse en mi persona un tratamiento muy costoso, y, acaso, de resultados inciertos? ¿Cómo se va a luchar contra una opinión, que puede generalizarse en el país, según la cual, a partir de cierta edad, lo mejor es optar por la solución final, esa que pueden propugnar poderosos e influyentes medios de comunicación, y que quizá aconsejan también unos parientes deseosos ya de heredar al anciano rico, que sólo ocasiona incomodidades? Innecesario parece evocar el Mundo feliz de Huxley.

Urgente en reacción en Inglaterra para no dar pie a una conmoción social en contra de la medicina

Merece alabanzas el Gobierno inglés por la rapidez en reaccionar ante la aterradora evidencia de que el famoso Doctor Muerte ha resultado responsable de muchas más muertes que aquellas por las que está respondiendo con una condena a cadena perpetua. Se ha comprobado que, durante su vida profesional, aproximadamente trescientas personas a las que asistió en su muerte, hay vehementes sospechas de habérsela causado directamente. Ante el impacto emocional de esta información en la opinión pública, la autoridad ha decidido crear una Oficina de control y seguimiento de aquellos médicos cuya conducta resulte sospechosa. Notemos aquí el significativo cambio de perspectiva; de un clima de confianza en la relación médico-enfermo se está pasando, en el Reino Unido, a otro de sospecha, de duda. Es cierto que una oveja negra puede surgir en cualquier profesión, pero estando en juego el servicio público de sanidad, noticias de este género necesariamente han de conmocionar a un país que no acepta la eutanasia activa.

El consentimiento en Holanda durante años tanto de la eutanasia tanto voluntaria como involuntaria ha creado entre los enfermos un clima de monstruosa desconfianza respecto a los médicos muy difícil de superar

No sé si en la hermosa tierra de los tulipanes, los molinos y los polders, se ha caído en la cuenta de la grave erosión —lenta, pero inexorable— que va a producir en la relación médico-enfermo la reciente legalización de la eutanasia activa. Es verdad que el ambiente social se había ido preparando de modo gradual para la aceptación de aquélla; era público y notorio que en Holanda cada año se producían entre dos y tres mil muertes causadas, no naturalmente, sino de modo voluntario; durante este período de prueba, seguía en vigor, sin modificar, la ley penal que castigaba la eutanasia activa, pero se había ideado un procedimiento para que los médicos culpables no respondieran, de hecho, ante los tribunales, o bien que las penas fuesen mínimas. Los hechos se iban divulgando, la sociedad los aceptaba pasivamente sin que hubiera reacción oficial en contra, de suerte que el ambiente social ha terminado por acostumbrarse a tolerarlo, antes de que la ley legalizara la eutanasia activa; hoy ya no hay dudas, ni de que ésta se haya aplicado tanto con consentimiento de la víctima como sin él, en el caso de hallarse en situación de inconsciencia o imposibilidad de prestarlo; también de que, eventualmente, lo han otorgado los parientes, o, en último término, de que lo ha decidido el médico, por sí y ante sí; en adelante, la nueva ley autoriza expresamente a los padres para que puedan desembarazarse legalmente de sus hijos deficientes. ¿Queda algún margen para que los enfermos, ancianos o incapacitados, sigan manteniendo aquella plena confianza en quienes, hasta ahora, tenían por obligación —casi sagrada— procurar la sanación de sus dolencias? ¿Quién impondrá a la víctima potencial el deber de confiar en su verdugo? A poco que esta ley mantenga su vigencia, ¿quién podrá devolver a los enfermos holandeses su sentimiento de fiducia en la clase médica? Me parece que (...) tenemos el deber de denunciar el gravísimo riesgo que, en uno de los países comunitarios, acecha al ejercicio de la dignísima profesión médica.

 

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