Las razones médicas contra
la legalización de la eutanasia

GONZALO HERRANZ en prólogo a "Debate sobre la eutanasia" Carla Fibla: PLANETA, 2000

 

 

La actitud ante la eutanasia marca esencialmente la medicina

Para quienes nos dedicamos a la ética médica y procuramos seguir de cerca lo que médicos y éticos dicen y escriben de ella, no nos llegan las horas del día. Son muchos y apasionantes los problemas sobre los que hay que reflexionar. El de la eutanasia se cuenta entre los más significativos. Y también entre los de más trascendencia: no es ninguna exageración afirmar que de la postura que se tome ante la eutanasia depende la esencia de la medicina.

 

No es solución médica a ningún problema de los enfermos

El debate sobre la eutanasia divide los ánimos, muestra de modo vibrante que vivimos en una sociedad dividida, plural, en la que cada cual ha tomado partido. Puede ocurrir que algunos permanezcan todavía irresolutos, pero probablemente a nadie, con sangre ética en las venas, le es indiferente el tema. De mí, he de confesar que forma parte de mis convicciones profesionales y personales la certeza de que la eutanasia no es solución médica para ningún problema de los enfermos. Ésta es una convicción reflexiva, madurada, que no ha rehuido la consideración atenta de los pareceres opuestos. Felizmente para mí, el rechazo de la eutanasia es también parte de mis certezas religiosas.

¿Por qué, en mi opinión, no debería legalizarse la práctica de la eutanasia o de la ayuda médica al suicidio? Las razones son muchas, pero, por limitaciones de espacio, voy a ofrecer sólo unas pocas.

 

 

 

El artículo 1 de los principios


1. RESPETAR LA VIDA TERMINAL ES PARTE DE LA VOCACION MÉDICA

Los médicos somos muy diferentes unos de otros. Hay, en este ancho mundo, modos muy dispares de practicar la medicina, pero hay una vocación común: "La vocación del médico --dice el artículo 1 de los Principios de Ética Médica Europea-- consiste en proteger la salud física y mental del hombre y aliviar su dolor en el respeto por la vida y la dignidad de la persona humana." Parte de esa vocación, de ese núcleo ético común, es el rechazo de la eutanasia.

 

Tanto la eutanasia como el ensañamiento terapéutico están condenados en todos los Códigos de Etica Médica

Que la eutanasia, la ayuda médica al suicidio y el ensañamiento terapéutico son conductas incompatibles con la ética médica lo afirman las dos Declaraciones de la Asociación Médica Mundial (de 1988 y 1992) sobre la materia. Y lo reiteran, con fórmulas muy diferentes, los códigos de ética y deontología médica de países de todos los continentes. No se detecta ni una fisura en esa común tradición, de la que forma el mandato positivo de aliviar el sufrimiento y de aplicar los remedios paliativos. De modo significativo, las Reglas de Conducta para los Médicos, de la progresista Real Sociedad Holandesa de Médicos, guardan silencio sobre la relación del médico con el paciente terminal, un silencio que quiere decir mucho.

 

El criterio mundial en los Códigos de Etica Médica es unánimemente contrario a la eutanasia

Esta rara unanimidad, en el tiempo y el espacio, sobre la intangibilidad de la vida humana que se acaba tiene que hacernos pensar. Por muy diferentes caminos (por argumentos utilitaristas, por vocación sanadora, por imperativo moral, por adhesión a las tradiciones) se llega, en las diferentes áreas culturales, a la misma y firme prohibición de la eutanasia. No es muy propicio el tiempo en que vivimos para proponer y defender normas morales absolutas y monolíticas, fuertes. No sólo no están de moda: el posmodernismo dominante es incompatible con las convicciones éticas duras. Hay que concluir que el respeto a la vida terminal pertenece al núcleo de la profesión médica: es una afirmación basada en pruebas, una especie de referéndum mundial votado por los médicos en sus códigos de ética profesional.

Pocos médicos disconformes

Hay, obviamente, por el mundo médicos, Kevorkian y Cohens, activistas encarnizados de la eutanasia y la ayuda al suicidio. Según algunas encuestas, no faltan médicos que para sí tienen que esas intervenciones podrían ser toleradas en situaciones muy excepcionales, trágicas, muy difíciles de evaluar, pero que piden a Dios no encontrarse nunca con ellas.

 

 

Esquizofrenia intelectual en los partidarios


2. LA EUTANASIA NO ES COSA DE MÉDICOS

Los pocos relatos publicados por un pequeño número de médicos holandeses que han practicado la eutanasia nos los muestran llenos de dudas y zozobras, víctimas de dudas hamletianas, indecisos, casi paralizados entre la aceptación intelectual de la eutanasia y la repugnancia ética de poner fin a una vida humana. Nos dicen que lo han pasado muy mal.

Entusiasmo de algunos filósofos

En contraste con esta actitud, tan renuente e incierta, de los médicos ante la eutanasia y la ayuda al suicidio, los activistas de la muerte digna, entre los que abundan los profesores de filosofía, no sólo aprueban esas intervenciones liberadoras sino que sienten entusiasmo por ellas, hasta el punto de que, si supieran practicarlas, no tendrían inconveniente en administrar la eutanasia o ayudar al suicidio de quienes se lo pidieran.

Alguno ha sugerido que sean ellos quienes la practiquen

En un artículo de apariencia leve y mensaje duro, un profesor canadiense de ética médica basa en esa actitud de los filósofos una propuesta tan brillante e inteligente como éticamente inaceptable: la de conceder a los filósofos la autorización legal para la eutanasia. Que sean los convencidos y racionales activistas de la muerte digna, y no los médicos, quienes hagan el trabajo. No les costaría mucho aprender las dosis de fármacos necesarias para las autopsias, los modos de administrar los eutanásicos orales o la técnica de la inyección letal.

Todo serían ventajas

Tienen los filósofos, a juicio del profesor canadiense, todas las ventajas: nunca han hecho un juramento profesional como hemos hecho los médicos, ni están obligados por los códigos de la ética profesional. Los pacientes no perderían confianza en los médicos, pues siempre podrán estar seguros de que lo nuestro es exclusivamente preservar la vida y restituir la salud.

En todo caso el médico es el menos idóneo para practicarla

Además, la toma de decisiones sería mucho más rápida y expeditiva: en contraste con los médicos, tan perplejos y lentos en evaluar los casos singulares, los filósofos parecen pisar terreno firme a la hora de determinar quiénes, y quiénes no, son tributarios de la eutanasia, o cuándo es, y cuándo no es, aceptable ayudar a otro a morir. Por lo que escriben y hablan, lo ven todo claro. Esa clarividencia de los filósofos aseguraría que la ley nunca sería burlada: su pensamiento lúcido, preciso como una hoja de afeitar nueva, inmune a lo irracional, evitaría la caída por la pendiente resbaladiza a la que parecen ser arrastrados los médicos por su excesiva implicación emocional en determinados casos.

De la propuesta, rechazable, del profesor canadiense se deduce una consecuencia sólida: que los médicos somos, de todos cuantos habitamos la tierra, los menos idóneos para encargarnos de poner fin a la vida de los enfermos.

 

 

Por muy restrictiva que sea destruiría la medicina


3. LA EUTANASIA DAÑA LA ÉTICA Y LA CIENCIA DE LA MEDICINA

¿Qué pasaría si entrara en vigor una legislación que autorizara la eutanasia, que despenalizara en la práctica el homicidio por enfermedad? Mi respuesta es fuerte: la legislación tolerante de la eutanasia, por muy restrictiva que pretenda ser en el papel, embrutecería a los médicos que no objetaran a ella, dañaría su ética y empobrecería su ciencia.

Primero muy excepcionalmente

La decadencia ética no es difícil de calcular: incluso se pueden describir en ella cuatro fases.

La primera corresponde al tiempo de aplicación rígidamente restrictiva de la norma legal. Despenalizar la eutanasia empieza por significar que la muerte compasiva y sin dolor es una forma excepcional de tratamiento que sólo puede aplicarse a ciertas situaciones clínicas en extremo desesperadas, sometidas a controles muy estrictos y minuciosos marcados por la ley.

 

Se reiteran los casos excepcionales y saltan a la vista de todos las "ventajas"

La segunda fase corresponde al período de habituación. Inexorablemente, tras unos pocos años, la reiteración de casos va privando a la eutanasia de su carácter excepcional. Se implanta la idea de que es una intervención no carente de ventajas; incluso una terapéutica aceptable. Y eficaz, de modo que los médicos no deberían rehusarla si el paciente la solicita. La eutanasia le gana falazmente la batalla a los cuidados paliativos, pues, en comparación con ellos, es más indolora, rápida, estética y económica, de modo que, para ciertos pacientes, se convierte en un derecho exigible a la muerte dulce; para los allegados, en una invitación tentadora a verse libres de preocupaciones y molestias; para ciertos médicos, en un recurso sencillo que ahorra tiempo y esfuerzos; para los gestores sanitarios, en una intervención de óptimo cociente costo/eficacia.

 

Médicos y enfermeras ya habituados empiezan a pensar que la eutanasia sería lo mejor en ciertos casos

Se llega a la tercera fase cuando médicos y enfermeras, fascinados por ideales de justicia y eficiencia, se convierten en mandatarios subjetivos de los pacientes incapaces y terminales. Ante un paciente incapaz de expresar su voluntad razonan así: "Es horrible vivir en esas condiciones tan precarias. Yo no querría vivir así. Eso no es vida. Es preferible morir. Lo mejor para ellos es la muerte dulce." Para quien acepta de corazón la eutanasia voluntaria, la eutanasia no voluntaria se convierte, por razones de coherencia moral, en una obligación índeclinable.

 

El médico está convencido de que su paciente es injusto por querer vivir

La cuarta fase se alcanza con la eutanasia involuntaria. El sesgo utilitarista, inherente a la actitud eutanásica, lleva al médico a concluir que es irracional el deseo, tácito o expreso, de ciertos pacientes de seguir viviendo, pues tienen por delante una perspectiva de vida detestable y abusiva. Ese médico razona así: las vidas de ciertos pacientes capaces de decidir son tan carentes de calidad, tienen tan alto costo, que no son dignas de ser vividas. El deseo de seguir viviendo de esos pacientes es un deseo injusto que provoca un consumo irracional de recursos, económicos y humanos: hay mil destinos mejores para emplear ese dinero y ese esfuerzo laboral. Es muy fácil expropiar al paciente de su libertad de escoger seguir viviendo.

 

La experiencia holandesa contrastada hasta el momento indica que son muy numerosos los abusos contra la libertad de los pacientes

¿Es este modelo de cuatro fases una criatura de ficción o un cálculo basado en datos? Estimo que una descripción realista de lo que ya está sucediendo en Holanda, ese laboratorio social de la eutanasia. En los Países Bajos, la práctica de la eutanasia es expansiva. De año en año se le encuentran más aplicaciones. Lo afirman, además de los números, algunas sentencias judiciales y los relatos de los médicos. Lo que sólo se autoriza por ley, para quien la pide libre e insistentemente, se está aplicando a quien es incapaz de hacerlo: a neonatos malformados, a pacientes comatosos, a dementes seniles. Lo que sólo se permite en enfermos terminales se aplica a niños con daño cerebral o a pacientes con depresión, a ancianos con pulmonía que viven solos. El comité nombrado por el fiscal general informa, como resultado de sus encuestas, que los médicos no declaran, como es su deber, ni siquiera la mitad de las eutanasias que practican. De las que declaran, confiesan que el paciente interviene en el proceso de decidir el final de su vida en aproximadamente la mitad de los casos, pues en el 40 % de los casos eso no es posible a causa de su conciencia debilitada. Pero, y el dato es de 1995, al 10 % de los pacientes cuya vida fue terminada por médicos generales no se los invitó a participar, pudiendo hacerlo, en tan trascendente decisión: los médicos, por razones paternalistas, ponen fin a su vida sin advertírselo. Ante estos abusos flagrantes de la ley, la Real Sociedad Holandesa de Médicos recomienda desde 1997 a los médicos que abandonen la eutanasia en favor de la ayuda médica al suicidio, inmune a muchos de los malos usos que se hacen de la eutanasia.

 

Un estudio del caso realizado por británicos concluye que los abusos son inevitables

La experiencia holandesa muestra de modo evidente que, en materia de eutanasia, es imposible poner límites legales a los potenciales abusos, nacidos de la compasión de los médicos, de la fatiga de la familia, del desgaste de los mecanismos de control. Ésa fue la conclusión a la que llegó el Comité de la Cámara de los Lores para estudiar la posible legalización de la eutanasia al término de su concienzudo estudio en el terreno sobre la eutanasia holandesa.

 

La eutanasia sustituye a la medicina

En el ambiente eutanásico, la compasión se desvirtúa, se vuelve visceral y termina por justificar conductas que ya no respetan el juicio objetivo y profesional del médico. Entre las cosas que nos enseña la experiencia holandesa consta que la eutanasia sustituye a la medicina.

 

Si la eutanasia es otra alternativa la medicina se paraliza pues suprime sus grandes retos a muy bajo costo

La capitulación del médico ante la eutanasia, ¿causaría efectos indeseados para la ciencia de la medicina? Pienso que sí. Pues si los médicos trabajaran en un ambiente en el que se tuvieran como alternativas igualmente válidas la de tratar al paciente o poner fin a su vida, esos médicos se irían volviendo indiferentes hacia determinadas situaciones clínicas y hacia determinados tipos de enfermos. A largo plazo se mustiaría la investigación en vastas áreas de la patología. Porque, por ejemplo, quien llegara a la conclusión de que la muerte dulce es un remedio eficaz y económico para los pacientes con enfermedad de Alzheimer avanzada, ¿cómo podrá sentirse motivado a participar en estudios sobre las causas y mecanismos del envejecimiento cerebral, en el tratamiento y rehabilitación de la demencia? O si al paciente con cáncer avanzado se le ofrece la cooperación al suicidio como terapia válida de su enfermedad, ¿quién se va a interesar por los mecanismos de la diseminación tumoral, por la corrección de los trastornos metabólicos inducidos por los mediadores de la caquexia, intervenciones que pueden prolongar y dar calidad a su vida? Lo mismo podría decirse de la investigación sobre la prevención y corrección de los defectos del desarrollo metabólicos o estructurales. ¿Qué interés podrá tener aplicar los conocimientos de la investigación genómica al tratamiento de esas enfermedades cuando la eutanasia neonatal o el aborto eugénico ofrecen la posibilidad de desentenderse de esos problemas a muy bajo costo? Creo que la investigación en medicina puede sufrir un empobrecimiento cuando algunos de sus problemas más acuciantes sean absorbidos por la eutanasia.

 

 

 

La dignidad humana es un concepto muy pobre para los partidarios de la eutanasia


4. EL ELITISMO ANTIMÉDICO DE LOS MOVIMIENTOS PRO EUTANASIA

Los promotores de la muerte digna ponen, en sus declaraciones y acciones, un acento elitista. Tienden a autodefinirse como una minoría selecta e ilustrada. En la mentalidad pro eutanasia, dignificar la muerte parece consistir no sólo en suprimir la vida cuando está minada por el sufrimiento, sino también en rechazar la vida débil y dependiente. Los enemigos de la dignidad son el sufrimiento moral, el dolor físico, la incapacidad de valerse por uno mismo y la pérdida del autocontrol. El derecho a morir con dignidad se invoca como un derecho a evitar que la prestancia humana sea socavada y arruinada por la invalidez extrema, la dependencia, el sufrimiento, o la miseria biológica o emocional. En el fondo, la dignidad propia de la mentalidad eutanásica es extraordinariamente sensible a factores estéticos de apariencia, nobleza y decoro. Es una dignidad social, una variable dependiente de numerosas circunstancias relacionales: de poseer dinero, prestancia física, clase, títulos, influencia. No es la dignidad ontológica, intrínseca, universal, inalienable, inmune a las influencias de fortuna o de gracia, refractaria al proceso de morir, propia de la mentalidad pro vida.

 

Como la medicina paliativa controla ya prácticamente todo dolor terminal, ahora el argumento no es la compasión sino la autonomía

Late, en el fondo de la mentalidad pro eutanasia, una actitud aristocrática de calidad de vida que no siente atractivo alguno por la medicina paliativa. Cuando ésta ha vencido prácticamente al sufrimiento terminal ya no se puede invocar la dignidad del morir como la razón para la eutanasia. Los progresos de la medicina paliativa han provocado el ocaso de la noción de eutanasia como liberación del dolor insufrible. Arrumbado el paradigma, ya superado, de la muerte compasiva, el activismo pro eutanasia ha tomado una dirección nueva: la dignidad del morir se presenta como un derecho que expresa el dominio absoluto de uno sobre su propia vida. En el nuevo contexto, el médico tiene muy poco que hacer, pues el enemigo no es ya la enfermedad avanzada, con sus dolores, sino la pérdida de la autosuficiencia, la imposibilidad de vivir independientemente, la humillación de abdicar de la propia imagen social hasta entonces prestigiosa y estética.

 

Suelen ser partidarios los que a sí mismos se tienen por la élite de la sociedad

No es extraño, por eso, que, en años recientes, los movimientos pro eutanasia tiendan a presentar la reivindicación del derecho a morir dignamente como la coronación del progreso ético, propio de personas de visión penetrante e ideas avanzadas, que forman una élite cultural, una minoría emancipada de prejuicios y supersticiones. Algunas encuestas han mostrado que hay una estrecha correlación entre clase social y grado de autoestima intelectual, por un lado, y adhesión al activismo pro eutanasia por otro. En la literatura panfletaria, los promotores de la eutanasia se presentan a sí mismos como la levadura en la masa, como líderes y liberadores que transformarán la sociedad. Los argumentos y los ejemplos desplegados por los promotores de la eutanasia se dirigen a grupos selectos e influyentes. No es, por ello, sorprendente saber que, en comparación con la población general, la aceptación ética de la eutanasia es notablemente inferior (50 %) entre los afectados por deficiencias funcionales, los que se sienten una carga para la familia o los que ven su vida como inútil. En Estados Unidos, el apoyo al suicidio ayudado por el médico es marcadamente más bajo entre los ancianos, los afroamericanos, los pobres y los que practican la religión.

 

Cuando dignidad humana se equipara a calidad de vida

Es preocupante este sesgo elitista que equipara dignidad humana con calidad de vida y aspiración a la excelencia. Se instaura así la tiranía de la calidad de vida: cuando ésta decae por debajo de un nivel crítico la vida pierde aliciente: deja de ser un bien altamente estimable, carece de valor y no merece ser vivida. Y ésa es una idea peligrosa. Ya sé que hoy se tiene por ofensivo y de poco gusto conectar la eutanasia liberal de nuestros días con la Gnadentod de la Alemania nazi. Pero es imprudente olvidar la historia. Leo Alexander, hace justo cincuenta años, al estudiar la eutanasia nazi, advirtió que "todo empezó con comienzos mínimos. Todo consistió al principio en una sutil desviación de énfasis sobre la actitud básica del médico: que existe vida que no es digna de ser vivida [...] la minúscula palanca que activó todo aquel cambio de mentalidad fue la actitud hacia el enfermo no rehabilitable".

La idea merece ser recordada.

 

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