Rezo por Ramón
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«Rezo por él»,
afirma el sacerdote Luis de Moya
LA VOZ DE GALICIA, 13.I.98
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El sacerdote Luis de Moya, tetrapléjico
y profesor en la Universidad de Navarra, mostró a esta Redacción
su «profundo dolor» por la muerte de Sampedro. «Me he
sentido muy cercano a él -añadió- por la situación
en que estábamos. Participamos en algún debate y pese
a nuestras posiciones enfrentadas, últimamente tenía la
impresión de que podíamos estar cada vez más próximos.
Ahora, rezo por él».
Luis de Moya y Ramón Sampedro encarnaron
las posiciones opuestas en que se desarrolla en España el debate
sobre la eutanasia. El primero, como sacerdote, ha defendido siempre
el valor sagrado de la vida en cualquier situación. «El
hecho de no moverse es algo ínfimo -decía ayer a este
periódico- y solamente con la cabeza se pueden hacer muchas cosas,
como yo hago y como el mismo Ramón hacía. Se puede amar,
se puede aprender y enseñar».
El otro extremo lo representan los postulados
de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, en la que Sampedro
estaba integrado (...).
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Tribuna abierta
LA VOZ DE GALICIA, Luis de Moya 20.I. 98
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Nunca estuve ante él
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El lunes, 12 de enero a primera hora de la mañana, encontraron,
al parecer, muerto a Ramón Sampedro. Yo me enteré de su
fallecimiento a última hora de la tarde y la impresión
-muy difícil de describir- me dura aún. Había sido
para mí una persona verdaderamente próxima aunque no lo
he visto directamente. Nunca estuvimos juntos, pero sí hablamos
en diversas ocasiones: le llamé dos veces por teléfono
y participamos en varios programas para la radio y la televisión.
Los contactos numerosos, en todo caso, han sido por carta y, sobre todo,
míos con él, ya que Ramón sólo respondió
a la primera de las mías.
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Mi relación con Ramón: admiración
y extrañeza
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Tuve conocimiento de Ramón en el verano de 1993, por una nota
de prensa que se refería genéricamente a su situación
y a los intentos que la llamada Asociación para Morir Dignamente
estaba haciendo con el fin de despenalizar la eutanasia, utilizando
la dolorosa situación de Ramón como argumento. Me
pareció tremendo y admirable a la vez llevar entonces 25 años
tetrapléjico. Yo estaba entonces en mi segundo año sobre
una silla de ruedas: mi accidente fue en abril de 1991. Recuerdo que
me quedé un rato viendo la fotografía que ofrecía
el periódico y releyendo las pocas líneas que comentaban
su situación y propósitos.
Aquel hombre llevaba bastante sufrimiento encima y durante mucho tiempo,
pero ahí estaba. Había logrado vivir 25 años en
una situación como la mía. Pero ahora quería morir.
Yo no tenía ningún dato sobre él. En el periódico
se decía que durante todo ese tiempo había estado en la
cama, como consecuencia de su inmovilidad. Me asombró esa actitud:
siendo tetrapléjico como él, no veía la necesidad
de estar en la cama mucho más tiempo del que debe estar cualquiera.
Tampoco comprendía que no se hubiera organizado para actividades
útiles en todo ese periodo. Al margen de estas consideraciones,
me pareció descubrir, entre líneas, que el autor de la
nota se sentía solidario con él, que consideraba inhumana
su situación y una injusticia no consentirle la eutanasia.
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Mi lesión es peor
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Por entonces yo no sabía que su lesión, con ser tremendamente
discapacitante, era mucho más favorable que la mía y que,
de haber querido, hubiera podido desenvolverse, ser más normal,
y trabajar desde una silla de ruedas como otros lo hacemos. En aquellos
días me encontraba en San Sebastián atendiendo sacerdotalmente
a un grupo de profesionales. Entre otras cosas, les impartía
unas clases de Teología: continuaba en buena medida con mis actividades
anteriores al accidente. Mi ilusión era seguir actuando, progresando;
que mi limitación, de sobra notoria por otra parte, se notara,
por así decir, lo menos posible, al menos en la eficacia de mi
actividad. Quizá me había tomado mi situación como
un reto, aunque no lo pensara expresamente.
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Quise aprender de su experiencia
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En todo caso, me resultaba admirable su perseverancia en la vida. Por
las circunstancias en que se había desarrollado mi recuperación
me encontraba lleno de inseguridades, de inexperiencia, y veía
a Ramón como un maestro potencial para un inexperto como yo.
Le escribí a través del periódico en cuestión
presentándome, y le manifestaba con toda sencillez mi desconcierto
al verlo permanentemente en una cama. Pretendía establecer un
cauce de comunicación con él que tal vez pudiera enriquecernos
a ambos.
Me interesaba su experiencia en tantos aspectos materiales, humanos,
personales..., que son peculiares en la vida de los tetrapléjicos
y que yo deconocía, porque ni yo ni mis médicos habíamos
convivido con ninguno. Más difícil sería -bien
me daba cuenta- contagiarle yo, a esas alturas, algo de optimismo ante
la vida. En todo caso, había que intentarlo. Pero, por desgracia,
aquella carta, enviada a través del periódico no llegó
a Ramón, según me confirmó él mismo meses
después. No es el caso ahora analizar por qué.
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Falta de sintonía
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Pasado el tiempo pudimos hablar por teléfono y le mandé
copia de mi primera carta, a la que me contestó por extenso,
escribiendo con la boca. Admiré su cordura y la coherencia de
la mayoría de sus razonamientos, aunque a veces partiera de presupuestos
poco justificados. Era tajante: puesto que ambos teníamos nuestras
posturas muy claras y, según él, no íbamos a cambiar,
carecía de sentido nuestra relación. A pesar de todo,
contesté su carta y volví a escribirle en diversas ocasiones:
cuando por algún motivo aparecía en la prensa, en el verano
con más tiempo disponible y siempre por Navidad. Le regalé,
a poco de publicarse, mi libro: sobre la marcha, en el que expongo mi
experiencia y reflexiones desde que estoy así. Me consta, por
alguna declaración suya en la radio, que lo leyó.
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No pude llegar a su habitación
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Mi último contacto con Ramón fue el día 20 de
junio pasado. Había sido invitado por Monseñor Barrio,
Arzobispo de Santiago, a impartir una ponencia en el Congreso Eucarístico
que celebrarían en la Archidiócesis, incluída en
la jornada que se dedicaría a tratar de Eucaristía y Dolor.
Titulé la conferencia: El Valor del Sufrimiento. Sé que
alguien -una señora- la grabó con la intención
de hacérsela llegar a Ramón Sampedro.
Intenté estar con él. Le había comprado unos caramelos
que le gustaban y después de llamarle por teléfono fuimos
a su casa. Por desgracia sólo pudieron pasar con los caramelos
mis acompañantes. La escalera que llegaba a su habitación
es impracticable para mi silla y por eso no le vi. Con ellos estuvo
agradable lo mismo que conmigo por teléfono. Me hizo la broma
de regalarme uno de los caramelos del paquete, que me tomé con
mucho gusto, rezando por él.
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