Una vida entre dos fechas

 

Cuando se tiene que aprender a vivir

Alfonso Basallo, EL MUNDO, Magazine 7 de mayo de 1995.

Hace cuatro años un accidente condenó a Luis de Moya a la inmovilidad total. Lo rescató una silla de ruedas. Sólo puede mover la cabeza. Aún así, ha conseguido volver a dar clases de Etica en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Navarra y seguir adelante.

 

LA VIDA de Luis de Moya, 41 años, está marcada por dos fechas: 1981 y 1991. La primera corresponde a su ordenación sacerdotal; la segunda, al accidente que unció su destino a una silla de ruedas, marca Meyra, de fabricación alemana. Su vigorosa anatomía de deportista quedó reducida a un fardo pesado, un pedazo de carne al que hay que estar quitando o poniendo prendas constantemente, como si de un muñeco se tratara, porque ha perdido la sensibilidad y carece, por lo tanto, de «termostato». Ahora, cuatro años después del accidente ha vuelto a dar clases de Etica a los alumnos de Arquitectura de la Universidad de Navarra.

Verle descender por una rampa de una furgoneta Peugeot con su silla de ruedas, seguido de un solícito ayudante, recuerda al jefe Ironside de la serie de televisión de los años sesenta, pero la diferencia es que el cura ni siquiera puede valerse de las manos. Luis de Moya sólo conserva movilidad en la cabeza. Todo lo hace con la boca (leer, escribir, pedir que le rasquen, que le lleven o que le traigan). Con la boca y con el inestimable auxilio de la tecnología. Se pone ante el ordenador y mueve el cursor soplando ante un dispositivo conectado al sistema. Y estudia, prepara sus clases, redacta charlas, etc. «Afortunadamente -explica- hay mucha literatura de mi especialidad, Teología, que está informatizada».

 

 

 

En un instante "cambiaron las cosas"

 

 

Luis de Moya no recuerda nada del accidente. Iba una tarde de Madrid a Pamplona al volante de su coche y segundos después estaba en la UCI y no era el mismo. Era un tetrapléjico, con los «plomos» de su instalación nerviosa fundidos, el cuerpo inmóvil y la cabeza espesa e incohcrente como la de un boxeador sonado. Los segundos fueron, en realidad, días o tal vez semanas. De Moya no se enteraba de nada. «Tardé mes y medio en dejar la UCI y empezar a hacer rehabilitación. Y asumí lo mío sin grandes traumas. ¿Por qué? Porque mi objetivo prioritario no era andar o moverme... era algo mucho más elemental: vivir». A causa de la lesión de médula tuvo graves problemas pulmonares y hubo que practicarle la traqueotomía en dos ocasiones.

Burlada provisionalrmente la muerte, tuvo que aprender a vivir en la quietud más total. Lo cual significaba abdicar forzosamente de su libertad física y pasar a depender de los demás. «Estás en manos de otros hasta para las necesidades más elementales. Hasta para cambiarte de posición durante la nochc. Ticnes que pedirlo absolutamente todo. Y cuesta. Sobre todo si, como era mi caso, uno tiende a ser muy independiente. Y tienes miedo a molestar a los que te rodean o a ser pesado. Pero es imprescindible superarlo».

 

 

 

Para autocompadecerse no hace falta ser tetrapléjico

 

¿Y cómo afronta la limitación una persona joven, acostumbrada a un ritmo de actividad intenso? ¿Cómo se las apañó Luis de Moya? «Tienes dos opciones: una es autocompadecerte y dramatizar. Lo cual es muy fácil. Tan fácil que para eso no hace falta ser tetrapléjico. La otra opción es pensar en lo que puedes hacer y no en lo que no puedes hacer. Parece un planteamiento un poco iluso, pero es realista. ¿Qué puedo hacer? Yo me dije, dispongo de la cabeza, de la inteligencia, es decir de lo más importante. La inteligencia, la voluntad: soy un señor...»

 

 

 

La vida "así" no es tan complicada

 

Todo lo cual da mucho de sí. Basta repasar la agenda diaria de Moya. Uno imagina una complicada e interminable sesión de aseo. Nada de eso. No invierte más de media hora, es decir lo corriente. Después tiene sus clases de Etica, su rato de estudio y preparación, su labor de sacerdote (no puede decir la misa solo, pero sí concelebrar; y además predica, confiesa, etc.). Las comidas y las cenas, normales, sin dietas, con una unica precaucion: no debe engordar («afortunadamente no tengo mucho apetito»). Tiene varias sesiones de rehabilitación a la semana, que son para él un descanso.

La actividad que realiza es tan similar a la que llevaba antes que echa pocas cosas en falta. «El deporte es una, me encantaba jugar a pala. La otra, son los bonsáis. Ahora me tengo que conformar con ver cómo otros los cultivan siguiendo mis indicaciones».

 

 

 

El impulso de los demás

 

Luis de Moya asegura que el accidente le ha enriquecido. «He salido ganando. ¿En qué? En redescubrir a los demás, en apreciar más a la gente. Hay quien se sorprende al verme contento y animoso, pero no soy más que la punta de un iceberg. Debajo están muchas personas que me quieren y se vuelcan conmigo, que me hacen la vida agradable y son un estímulo. ¿Quiénes? Muchas, muchas personas. Desde mis alumnos hasta el fisioterapeuta, y sobre todo la familia».

Cuando Moya habla de la familia no se refiere únicamente a sus padres y hermanos, sino también al Opus Dei, al que pertenece desde que era un adolescente.

 

Conceptos

Testimonios

Los médicos

Gente diversa

Correo

La Filosofía

El Derecho

Con la Iglesia

New

Principal