La eutanasia como proyecto político
Josep Miró i Ardèvol
Seducidos por la muerte
Herbert Hendin

Cuidar a sus mayores enfermos

        Hace apenas dos días Europa Press informaba que “aumenta el rechazo al cuidado de enfermos terminales a cargo de sus familiares”. Los profesionales de los cuidados paliativos afirman que “hay un progresivo aumento generalizado de adultos jóvenes que se resisten a cuidar a sus familiares enfermos terminales”. Esta información se dio en el marco de las Jornadas sobre la Familia y Enfermedad, organizadas por el Instituto Universitario de la Familia de la Universidad de Comillas. También explican la “enorme tensión que en muchos casos se produce entre los equipos de cuidados paliativos y los familiares”.

        Este es un hecho que debería preocuparnos y mucho, porque está en el mismo corazón de la sociedad desvinculada, donde todo lo que se oponga a la satisfacción del propio deseo debe ser removido. La obligación de cuidar al enfermo, propia de una cultura cristiana, una aportación a la civilización que tiene 2000 años a la espalda, se está diluyendo en las jóvenes generaciones como consecuencia del debilitamiento del cristianismo en nuestras sociedades.

        La apertura que esto significa hacia la eutanasia es una evidencia innegable. Ahí se combinarán dos fuentes: la de estos jóvenes adultos, que verán en la eutanasia una forma de resolver el problema, y también gente de determinada edad que vive con angustia la proximidad de la muerte y el miedo al sufrimiento, provocado sobre todo por la soledad creciente que también la desvinculación impone.

Para sanear la economía

        A estos dos hechos se le añade de manera galopante, un tercero: la crisis del sistema del bienestar y en particular del español donde a pesar de sus debilidades estructurales, el Gobierno no ha emprendido ninguna reforma. Todos los expertos saben que los costes asistenciales y sanitarios se disparan a partir de una determinada edad, esto significa que en términos económicos una forma drástica de reducirlos es implantando y generalizando la eutanasia. No existe ninguna duda sobre que ésta sería una forma de economizar absolutamente inhumana, pero es que la desvinculación surge de la inhumanidad, porque cuando impera significa que se ha roto el sentido de la trascendencia, tanto vertical como horizontal y, por consiguiente, la incapacidad de reconocer a Dios y al otro como una persona igual a ti mismo.

        Quizás aún no somos suficientemente conscientes –incluso aquellos que desarrollan una actitud más crítica– de cómo la sociedad que conocemos, su forma de producir y distribuir la riqueza, de impartir justicia, el sistema del bienestar, todas estas decisivas cuestiones y otras muchas relacionadas con la convivencia, el respeto la acogida y el cuidado de los otros, están estrechamente vinculadas al sustrato cultural cristiano que a su vez está en función de su raíz vivificadora que es la fe en Jesucristo. No todos los que participan de esta cultura tienen dicha fe, pero es necesario que exista para que pueda seguir generando marcos referenciales donde este tipo de cultura se desarrolle. Y estos dos fundamentos, el religioso y el cultural, se van reduciendo a una velocidad inmoderada en España.

Disolución de la sociedad

        Los que defienden la eutanasia, el aborto, el matrimonio homosexual, el matrimonio como contrato sin valor y otras muchas cuestiones de la misma naturaleza antropológica, no son conscientes, no quieren serlo, de que están demoliendo no un modelo de sociedad, sino la sociedad vinculada. Esto es, la sociedad a secas, porque sin vinculo no hay sociedad civil real. Y esto significa que avanzamos hacia una situación donde la sociedad civil cada vez más se verá sustituida por una masa gregaria de individualidades, por multitudes sin vínculos ni tradiciones, ni fuentes morales compartidas, que de vez en cuando se agruparán –algunos– entre ellos para defender un instantáneo interés corporativo, y que en su extremada individualidad, que los hace débiles, necesitarán desesperadamente de un Estado que cada vez será más incapaz de atender tantas reclamaciones y necesidades que todavía hoy son afrontadas por la sociedad civil.

        Esto es lo que debemos afrontar y exige dos respuestas articuladas: Un proyecto cultural para el conjunto de la sociedad donde los valores nacidos de la religión se expresen en términos seculares y un proyecto político capaz de traducirlos en acción.

 

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