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Parece que me dormí conduciendo regresando de Ciudad Real el 1991. Como consecuencia quedé tetrapléjico.
Pienso que sí, porque la fuerte convicción de ser hijo de Dios y, por así decir, predilecto por ser sacerdocio, ha hecho que me sintiera siempre seguro: que nada, me iba a ser insoportable, aunque no fuera capaz, desde luego, de explicar cómo podría ser en la práctica. La vida y el tiempo no han hecho sino confirmar aquellas expectativas.
Antes que nada, comprensión con pena, sin compartir en absoluto el modo de proceder. Respecto a Jorge me he limitado, suspender el juicio. Porque no soy nadie para juzgar: quien juzga es Dios, conocedor de los corazones. También porque me pareció que, una vez más, se estaba manipulando la información, utilizando el caso para promover la eutanasia.
Según he leído no hubiera hecho falta matarlo intencionadamente. Podría haber fallecido tranquilamente en su casa, sin dolor alguno y en muy poco tiempo, con los cuidados razonables, simplemente prescindiendo de algunas de las ayuda extraordinarias que lo mantenían con vida, según el autor de comentario leído el otro día --un médico, auténtico experto en cuidados paliativos. Según parece estas medidas terapéuticas no eran necesarias para una atención correcta desde el punto de vista ético.
Existe todavía un gran desconocimiento de los cuidados paliativos y, de modo especial, de lo que es una muerte digna y de lo que significa verdaderamente ayudar a morir.
En mi opinión, un ateo lo tiene bastante más difícil, porque toda su esperanza se termina cuando no entiende que la vida le pueda compensar ya desde un punto de vista físico. La fe en Dios, por el contrario -la que conozco, el catolicismo-, incluye el convencimiento de que tenemos un Padre infinitamente bueno y omnipotente. Como es natural, no podemos entender cómo es esto. Pero la vida con esa persuasión -es, por otra parte, mi experiencia- confirma que el día a día siempre es posible contando con Dios, por muy duras que parezcan -o uno pueda llegar a imaginarse a menudo- las circunstancias presentes o que puedan sobrevenir.
Finalmente la vi, cuando todo eran comentarios y me pedían salir al paso y dar explicaciones a mi pretendida intervención en la historia. Por supuesto que un director de cine no tiene por qué contar una trama real. En ese sentido no me molesta en absoluto la película que, según parece, es un buen trabajo en su género. Lo que no me parece bien es que se haya presentado como la historia de la vida y muerte de Ramón Sampedro; porque no es verdad.
Me basta para asegurarlo la escena de mi papel, que nada tiene que ver con lo que sucedió. Me pregunto, por consiguiente, por la veracidad de lo demás.
No. No es posible: no me imagino al director intentando algo contra mí. Además, me temo que el resultado -sin siquiera juzgar intenciones- es algo bastante peor, porque no se ofende a una persona, en el fondo muy poco relevante.
Morir querido. Morir de acuerdo con la dignidad de persona. Morir como un hijo de Dios. Nada tiene que ver, desde luego, con morir como el caballo que se rompió la pata, nunca será ya el mismo y queda descartado para las carreras. Una inyección letal, en ese caso, es lo adecuado para evitarle el sufrimiento. Porque al caballo en cuestión no se le quiere en sí mismo, no lo merece; la persona, en cambio, sí; y en esto está su dignidad. O mejor, ese amor incondicional lo merece por su dignidad.
El ejemplo de la epidural es perfecto. Perfecto para manifestar que es bueno quitar el dolor cuando se puede; es decir, lo que se puede mientras no se produzcan daños irreparables; como serían en el caso mencionado, por ejemplo, lesiones para la madre o el niño. De hecho, hasta que esa técnica anestésica no estuvo bien desarrollada no se aplicó en ginecología. Pero es que el dolor es inevitable, acompaña siempre a la condición humana, aunque pretende tomar fuerza la idea de que hay que revelarse ante todo dolor, ante toda modestia, toda incomodidad, todo disgusto, incluso todo capricho insatisfecho. Lo cual es, desde luego, un error y una pretensión ilusoria. Por lo demás, está muy claro que una cosa es quitar el dolor y algo muy diferente matar a la persona. La buena medicina sabe quitar el dolor. Precisamente el otro día leía la queja de un médico joven que empieza su especialidad en oncología: Nunca me hablaron de medicina paliativa en mis estudios.
Que recuerde que no es un caballo ni un pájaro, que la grandeza de su vida está en su cabeza y su corazón. Y que si quiere más detalles que me pregunte o que lea "sobre la marcha": www.fluvium.org/textos/documentacion/sobrelamarcha.htm, donde intenté reflejar algunas experiencias y reflexiones después de quedar tetrapléjico.
Más bien inducen al debate.
No soy profeta y mucho menos me quiero imaginar lo que la ministra pretende con esa afirmación.
Algo muy viejo y conocido que se ha llevado a cabo cuando se pensó que el hombre no era digno de sí mismo. La historia está llena de ejemplos, por mucho que algunos los ponen entrar paréntesis -después de haberlos criticado justamente y sin piedad- cuando se trata de promover la eutanasia.
Una contradicción terminológica, como el fuego frío.
La asignatura pendiente.
Para nada. Sobre todo porque la frase misma no se entiende. Y no me parece que se diga tanto.
No.
Si
Son manifestaciones del pretendido endiosamiento humano, casi tan viejo como el hombre. | ||||
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