Con frecuencia recojo de diversas formas la admiración de la
gente. De bastantes que me conocen ahora por primera vez; de otros que
me conocían ya antes y vuelven a verme o reciben noticias de
mí despues de un tiempo; y de algunos que, tratándome
a menudo, parece que se maravillan de la constancia de ánimo
que mantengo, del optimismo, o de los progresos en la adaptación
al entorno: cómo manejo la silla o el ordenador, o la capacidad
para desenvolverme por la calle o en la universidadÉ
No pienso yo que vivir así sea algo extraordinario.
No tengo la impresión de estar haciendo nada especialmente difícil.
Una existencia sobre cuatro ruedas no es, desde luego, frecuente, aunque
cada día nos vayamos acostumbrando más al inválido
y a su rodada marcha. De ahí que si la admiración viene
por lo raro del fenómeno, es comprensible, pero sólo hasta
cierto punto; pues los fenómenos no son admirables ni merecen
aplauso porque sean raros, ni por la sofisticación que conllevan
ni, en definitiva, porque llamen la atención.
--No, si no es sólo por eso -me dirán-.
Es que tiene mucho mérito su constancia, su empeño, su
fortaleza en medio del padecimiento y la alegría que suele manifestar,
la conformidad que parece sentir con su estado. Y es que, además,
no paraÉ Otro en su caso no se complicaría la vida tantoÉ
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No soy mejor que antes
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Y así podríamos continuar todavía un rato más
considerando las "virtudes" de don Luis, mientras no sé de qué
sonreírme más, si de la candidez de algunos o de mí
mismo, que, como siga escuchando, hasta me lo voy a creer. Pero seguramente
lo mejor será dejar las sonrisas para otro momento, porque esto
es bastante serio.
No tengo la impresión de ser extraordinario
ni que las cosas me resulten demasiado difíciles. Más
bien me parece que lo mío es de una dificultad normal, teniendo
en cuenta lo que debo hacer en realidad; es decir, lo que se espera
de mí, y las posibilidades reales que tengo de llevarlo a cabo.
Considero que lo que hago es perfectamente razonable para mi situación,
entendida como el conjunto de la limitación física, más
las aptitudes o cualidades naturales o adquiridas con el tiempo -que
poseo como cualquiera-, los medios materiales de que dispongo y la ayuda
que recibo de los que me quieren. Esto último solo tiene por
sí mismo tal fuerza, estimula, anima tanto, que es en buena medida
-aparte de mi propia libertad-, la clave para ser capaz de vivir con
intensidad una vida valiosa, sea cual sea la aptitud física.
Al menos, ésta es mi experiencia. Por eso trato de explicar,
sobre todo cuando noto demasiada admiración en los espectadores,
que, realmente, soy labor de todos. Además, si mi conducta resulta
ahora especialmente edificante, tal vez sea porque siendo en el mejor
de los casos correcta -no tengo la impresión de ser ahora más
heroico que en abril de 1991 (año en que me quedé tetrapléjico)-
es, eso sí, más notoria y peculiar, y llama la atención
más que antes, por más que yo pretenda pasar inadvertido.
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El mérito de muchos
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Y siendo así, ¿a quién convendrá aplaudir?
Porque en mi persona confluyen tantos intereses, tantos esfuerzos, tanto
trabajo y tanto cariño... Habría que ser ciego para no
verlo, y muy injusto para no sentir gratitud aunque los demás
no quieran agradecimiento. Porque tal vez merezcan más las gracias
quienes, sin tratarme y a veces conociéndome sólo por
referencias, me encomiendan a Dios. Habrá, por eso, que saber
ver a don Luis y, sin solución de continuidad, junto a él
a un buen grupo de "amigos" gracias a los cuales es posible el trabajo
al que me reincorporo en mayor medida cada día, la evolución
favorable que se nota en la capacidad de moverme en distintos ambientes
y el dinamismo que poco a poco voy recobrando, la salud física
-siempre relativa- y la mental, y esta paz interior que hace que me
sienta fundamentalmente bien. A veces me emociono pensando en algunas
de las personas que demuestran en estos días, o han demostrado
en el pasado, interés por ayudarme; y con frecuencia reflexiono
sobre la responsabilidad que tengo al contar con tanta ayuda. Me parece
que, en mi situación, vengo a ser como esos niños, hijos
de padres ricos, con las puertas de su vida abiertas al triunfo y, por
eso, con más obligación de progresar que otros que no
tienen tantos medios.
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