De Sicilia la historia de Nino: inmovilizado durante 33 años,
hoy consuela a sus amigos

El seis de mayo se cumplirán treinta y tres años. Y también este año Nino Baglieri festejará aquél día. Hace treinta y tres años, cuando trabajaba como albañil y tenía diecisiete años, cayó de un andamio en la cuarta planta de una casa. Quedó inmóvil en el suelo: vivo, pero completamente paralizado. Así ha permanecido hasta hoy.

Día del enfermo. Ciudad: Modica (Ragusa)
Marina Corradi, nuestro enviado. Avvenire, domingo 11 de febrero de 2001

 

Tras diez años de blasfemias

 

El joven albañil ha pasado diez años maldiciendo a Dios. Después, un día, algo le aconteció. Dice él: "Aquél día yo he vuelto a nacer". Inmóvil en la cama, Nino festeja cada seis de mayo lo que el llama "su aniversario de Cruz". Un pequeño grupo de amigos van a su casa en Modica todos los días. No para consolarlo, sino para ser consolados. El albañil que ha estudiado sólo cinco años de la escuela primaria, habla como pocos saben hablar. Y por mucho que nos parezca increíble, posee el rostro de un hombre feliz.

 

Tiendes a pensar que él posee algo que tú que estás sano no tienes

 

Una pequeña casa popular en Piana Gesù, en la ciudad nueva. La cama está nada más entrar. Baglieri recostado junto a la pared, desde donde tiene accesible el control de la televisión, el teléfono, los interruptores. Lo hace con un palito de madera que maniobra con la boca, la única parte de su cuerpo que todavía está sujeta a su voluntad. La habitación es pequeña, con un gran crucifijo en la pared de enfrente, un poco más bajo que lo habitual. "Eso porque --dice él-- es necesario tener el crucifijo delante de los ojos, como una persona". Esa gran cruz la tiene delante de sí, todos los días, desde hace treinta y tres años. Esperas encontrar una persona extenuada, exhausta; al contrario, Baglieri tiene un rostro joven y alegre. De repente se apercibe que te debe demoler la compasión que sientes por estar delante de un tetrapléjico. Posee este hombre un rostro lleno de paz que te hace pensar: él posee algo que tú, que estás sano, no tienes.

 

Todo parece mérito de esa pequeña anciana

 

Su historia es un calvario. Cuando lo levantaran del suelo y lo llevaron al hospital, un médico, delante de aquel desastre, dijo a su madre: señora, si usted desea, le damos una inyección para que deje de sufrir. "Pero mi madre, una mujer con una gran fe, respondió: si el Señor se lo quiere llevar, yo me resignaré, pero si no, a este hijo mío lo cuidaré yo durante toda su vida". Y entre el hijo y la madre, después de treinta y tres años, existe un modo de mirar que expresa gratitud. Es un hombre corpulento a pesar de su parálisis y ella, una pequeña anciana. Pero se entiende que, durante aquella gran guerra contra la desesperación, ella haya vencido. Ella que en ningún momento ha querido dejarlo morir. Que durante años y años, cuando Nino se despertaba por la mañana y empezaba a blasfemar contra el Dios cruel, ella rezaba el rosario en voz baja, para no irritar a su hijo. Han sido diez años así; diez años de blasfemias de un hombre que deseaba morir, diez años de oraciones en voz baja de su madre. Ha sido un pulso obstinado en la pequeña habitación, mientras los amigos de antes ya no aparecían para visitarlo. Como compañía, además de sus padres, están los canarios en su jaula. Él tampoco desea salir con su silla de ruedas. "Las personas me miraban con piedad, y yo tenía vergüenza y odiaba a todos". Durante diez años no sale de casa.

 

Un milagro pero distinto

 

Después ha sido una vecina que intenta hablarle de Dios. Y de un grupo de oración, de un sacerdote que invoca el Espíritu Santo sobre los enfermos. Más fuerte que la desesperación es la esperanza: Nino se agarra al sueño de curarse. "Tenía una esperanza tan grande, que el día que vino el sacerdote dije a mi madre que me pusiera el pijama, porque estaba convencido que me levantaría y empezaría a andar, y me avergonzaba hacerlo desnudo". El sacerdote llegó y rezó, y Nino, con sus veinte siete años, allí está esperando el milagro. "Pero ha acontecido --lo cuenta él todavía asombrado-- una cosa distinta. Sentí un gran calor. Mi cuerpo siguió inmóvil. Yo, al contrario, me sentía otro hombre: como si aquellos diez años de dolor y desesperación se desvaneciesen en la nada. Era como si volviera a nacer". Era un viernes, el Viernes santo de 1978.

 

Lo demás parece que fue coser y cantar

 

El chico que huía de la iglesia cuando era el momento de rezar, empieza a leer ávidamente la Biblia. Recibe la comunión todos los días. Su sufrimiento despiadado se invierte. "El sufrimiento no aceptado --dice él-- se transforma en desesperación. Pero si lo ofreces, se torna un tesoro, y da mucho fruto". ¿Y cómo se hace para saber aceptarlo? "No es algo que se haga sólo. Es necesario abandonarse en Cristo. Es Él el que lleva nuestra cruz. Nuestro error es que procuramos ser 'valientes' y confiamos en nosotros mismos. Al contrario, hay que abandonarse en Cristo, precisamente como los niños cuando su madre le coge en los brazos". "Sin aquél accidente -continua él- yo habría tenido una vida como la de tantos otros. He tenido más. Amigos que me escriben de Australia y de India, una amistad tan grande con los seminaristas que cuando se ordenan vienen aquí a mi casa a decir la Misa. Mírame: soy un pobre cuerpo echado en una cama. Sin embargo, yo sé que soy útil para algo. Veo bien todo el mal que está junto a nosotros, y muchas veces también yo me siento aplastado. No obstante, yo sé que si con todo este mal el mundo sigue de pie, es gracias a los sufrimientos ocultos de tantos, pequeños y grandes, como yo". Es la doctrina de la comunión de los santos que este albañil jamás ha estudiado. Dice: "Yo, desde mi cama, abrazo al mundo entero".

 

Dudas en el visitante

El visitante deja la pequeña habitación llena de amigos, con aquel gran crucifijo en la pared, y aquel rostro de un hombre con paz; y se torna difícil reencontrar sus habituales coordenadas y sus certezas de hombre "sano".

 

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